El pánico que conlleva de estrenar una hoja en blanco, de llenarla
de caracteres con coherencia y con sentido.
El terror que implica comenzar a escribir y dejarse llevar pero sin
perder totalmente el rumbo.
El miedo que depara el intentar conmover cuando apenas se puede salir
del propio ombligo.
La urgencia de escribir que se enlaza en un único momento en
el que, seguramente, es imposible hacerlo.
Lanzarse contra ese infinito inmaculado e imprimirle una mancha y lograr
que tenga sentido ensuciar tanta pureza.
Someterse a la mirada critica, al ojo del "lector avieso"
que tanto odiaba Isidoro Blaisten.
Ser condenada al olvido una vez más.
Descubrir la propia intrascendencia.
Así, la tarea que, de vez en cuando, me toca en suerte.
Muchas veces se trata de contar lo obvio y, muchas más, explicar
lo inexplicable.
En otras tantas ocasiones se trata de dar vueltas al espiral que termina,
indefectiblemente, en uno mismo porque desandar caminos es mucho más
fácil que comenzar otros.
Y como estoy iniciando nuevos caminos, o por lo menos lo intento, me
voy a dar la oportunidad de compartirlo.
En eso estoy, ocupando un espacio que no creo merecer, pero que tampoco
quiero rechazar.
Terrible presentación la mía.
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"El Mensaje"
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