La habitué
El mensaje
Escribe Gabriela Bellettini, especial para Citybellinos.


La sorpresa y la emoción de todos los que allí estábamos
fueron los sentimientos que se grabaron en nuestros recuerdos.



Patricia, una de las personas más dulces que conozco, me insistió. Había escuchado la historia de boca de su hija, Esmeralda, y de Nico.
Se conmovió, como se conmovió con muchas de las cosas que supo de mí y con muchas de las otras cosas que pasaron por su vida y dejaron una marca.
En la primera oportunidad que tuvo me lo dijo, casi me pidió que lo escribiera.
Por eso, y porque es una de esas cosas que me gustaría que se sepa de mi abuelo, lo voy a contar.
Desde ya pido disculpas si esta historia mínima no te conmueve como a ella.
Mi abuelo Tito, allá por el año 1973, compró un terreno en un desolado paraje de Las Toninas, un balneario desconocido por ese entonces y casi desconocido hoy en día.
Desde un hotel ubicado a doscientos metros, por muchos meses, pudo observar cómo se levantaba esa casa a la que llamó "Itati", en honor a la Virgen correntina a la que siempre veneró porque era oriundo de esa provincia.
Con una construcción simple, que incluía ladrillos de conchilla fabricados por sus propias manos, cumplió el mayor de sus deseos: un lugar de encuentro para la familia y un refugio para él y su mujer, mi abuela Pama.
Muchas personas pasaron por esa casa. Desde los primeros albañiles hasta las más insólitas visitas:
*Mi bisabuela Ita, mamá de Pama, una persona de "carácter", que no dejaba de criticar la nueva casa e incluso prohibió que se abriera una ventana en el comedor para evitar que la gente que pasara por la calle pudiera observarla.
Y fue por Ita por quien mi abuelo construyó un segundo baño para socorrer a los habitantes durante las largas estadías de la mujer en el baño principal.
Con el tiempo, ese baño fue llamado "el ascensor" a causa de sus mínimas dimensiones -que sólo permitían la instalación de un inodoro y un pequeño lavamanos- y por su falta de ventilación.
* El amigo chino de mi abuelo, un corredor de cerámica oriental -si es que realmente tenía ese origen- que durante los veranos recorría la costa atlántica en busca de comercios en los que ofrecer su mercadería.
Junto a Chow Ming -creo que ese era su nombre- viajaban su esposa, la hija del matrimonio y el pequeño hijo de ella, Isidorito.
* Don Lorenzo, el carpintero de City Bell que, con la excusa de hacer un mueble a medida, se instaló con su mujer y sus dos Hijos, Carlitos y Tatín.
* Mis abuelos Marino y Minah, mi tía Norma, mis viejos, mis dos hermanos y yo.
Ahora, la casa es el dominio de los tres Bellettini y todos los veranos nuestras familias se instalan en ese lugar que fue elegido como nuestro segundo hogar.

¡Tanto preámbulo para contar algo tan breve! Hacia eso voy.

Hace unos pocos veranos, en el que pasábamos unos días Marcos, yo y nuestras familias, la vieja heladera General Motors de los años cincuenta dejó de funcionar. Las consultas a posibles services de la zona nos convencieron de la necesidad de comprar una nueva.
No sin cierta nostalgia, en un esfuerzo económico que lamentamos por muchos días y después de varias consultas telefónicas con Beba y Leo, compramos un nuevo artefacto en "Rafaela", un comercio de artículos del hogar de Las Toninas.
La vieja General Motors se convirtió en un molesto mamotreto sin uso.
Entre varios tuvimos que arrastrarla hasta la última habitación de la casa con la idea de sacarla hasta un patio interno y, desde allí, depositarla en un galpón.
Para quienes recuerden el viejo modelo de heladera será muy fácil entender que nos fue imposible hacerla pasar por la puerta.

Con mucha paciencia, Marcos fue sacando de a una las maderas que oficiaban de marco de esa abertura.
La sorpresa y la emoción de todos los que allí estábamos fueron los sentimientos que se grabaron en nuestros recuerdos.
Detrás de una de las maderas, escrito con la inconfundible letra de mi abuelo, podía leerse: "Para mis nietos, Gabriela, Leonardo y Marcos".
El escondido, desconocido, secreto, insospechado mensaje de Tito, más de treinta años después, se revelaba ante sus destinatarios.
Conocíamos el amor que nos tenía.

Habíamos sido testigos de la colocación de nuestros nombres en varios lugares de la casa de City Bell.
Pero el hecho de haberlo escrito en un lugar al que nadie accedería, por lo menos en mucho tiempo, convertía a este mensaje en algo mucho más sincero y profundo.