Elogio
de la vereda
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Por la vereda pasa la vida. Por ella caminamos, vamos, venimos. La vereda es el puente entre nuestra casa y la calle, el paso inicial obligado para adentrarnos en el territorio público. Es el primer horizonte de la vida que alcanzamos fuera de casa, aún antes de aprender a caminar. Y el lugar elegido por muchas personas cuando la cabellera alba los invita a reflexionar. Entonces sacan su sillón junto al portoncito de la casa y pipa humeante en mano como don José, empuñando el bastón como doña Isabel o don Sterpín supieron hacerlo en su vejez, regalan al transeúnte barrial la sabiduría de sus años. |
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Punto
de encuentro Y si los jardines son el reinado de la primavera, la vereda lo es del otoño con su permanente invitación a pisar sus hojas crocantes a lo largo de la acera. Por lo demás, son de gran atractivo las veredas tapizadas de lila por las flores caídas de un jacarandá. Bendito City Bell, que nos regala aún este tipo de privilegios. |
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Dijimos que por la vereda pasa la vida. Y parte de la vida está en la conversación entre el ama de casa que viene con la bolsa rebosante de acelga y la que con ruleros y pañuelo en la cabeza, barre con esmero el fren-te de su casa. Entonces van y vienen los comentarios y en pocos minutos se ponen al tanto sobre la actualidad del barrio y sus novedades. Lucía y Mirta habitan sobre la calle 12, en un barrio que, aún cuando no tiene la calma de la que gozaba antes de la llegada del pavimento, todavía se diferencia bastante de otros sectores más céntricos de City Bell. Cuando los atardeceres son cálidos sacan sus sillas a la vereda y conversan al tiempo que los chicos andan en bicicleta por la cuadra y ellas revisan los respectivos cuadernos y carpetas con las tareas escolares del día. Sacar las sillas a la vereda. Una alhajita para los nostálgicos que añoran aquellos tiempos en que algunos vecinos cruzaban la calle con su sillón de mimbre para conversar con el de enfrente, en otros tiempos, ricos en pausa y serenidad. La
vereda de la sombra Evidentemente hace demasiados años que nadie, desde el sillón del administrador comunal, se ha preocupado por la cuestión veredil de la ciu-dad. En el mejor de los casos se ha obligado a algunos frentistas -y no a to-dos ni a la mayoría- a construir las aceras faltantes, pero no se controla el buen estado de las mismas ni su transitabilidad, a menudo invadidas por los yuyales. Es que ni los propios espacios fiscales escapan a la observación. Hace muchos años ya, una cuadrilla municipal levantó la deteriorada vereda de la plaza Manuel Belgrano -la más céntrica de City Bell- y nunca jamás se volvió a saber de ella, excepto una carpeta de conchilla que se puso en su reemplazo pero que con el uso y la lluvia, malamente cumple su función. En el resto de las plazas, la situación no es mucho mejor. ¿Alguna vez algún funcionario habrá caminado a la vera del camino General Belgrano en día de lluvia? Desde aquí hacemos la invitación: le será muy difícil hilar media cuadra sin un resbalón que podría ser caída. Encanto y desencanto a una vez, las veredas son parte de la vida, de la historia, de la idiosincrasia citibelense. Algún día no muy lejano, alguien se Tendrá que ocupar del tema y poner, de una vez, las cosas en vereda. |
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