Un Sentimiento
Vivir en City Bell,
un sentimiento


Cual tierra prometida o paraíso soñado, City Bell es, para muchos,
el lugar que no cambiarían por nada del mundo.



Está visto que no cualquiera viviría en City Bell. Y casi con seguridad que para muy pocos es indiferente sentar sus petates en esta comarca o en otra. Vivir en City Bell es -como expresan ciertas hinchadas futboleras- un sentimiento. Y quienes así pensamos hemos de ser -siguiendo la analogía, aunque sin barras bravas- la mitad más uno. Parece un fanatismo, pero no lo es.

Difícil es de explicar. En todo caso, City Bell puede transmitirse por contagio. Cuentan los sabihondos y memoriosos que el primer loteo, hacia los años '10 del siglo XX, fracasó en el más sórdido silencio de la pampa: sólo cuatro lotes pudieron ser vendidos del largo centenar en oferta. Así comprendió la Sociedad Anónima City Bell -la compañía inversora de la familia Bell que buscaba negociar sus tierras- que debía edificarse unos cuantos chalets para atraer pioneros a esta tierra virgen, que dejaría de alimentar ganados para acoger entusiastas colonos de un futuro pueblo.

Todo por dos pesos
También, claro, hubo que bajar los precios y mejorar las ofertas. Ello se desprende de los ajados y gigantescos folletos de promoción de loteos -verdaderas "sábanas" impresas- promocionando sucesivos loteos entre los años '20 y '40 y el recuerdo de algún abuelo que evoca a una afamada sastrería de Buenos Aires, la cual a toda persona que comprara un traje, por una pequeña diferencia más le obsequiaba un terreno en City Bell, escritura incluida. Entonces el pueblo empezó a tomar forma de tal.
A eso debe sumarse una curiosa fama asignada al clima del lugar, como si verdaderamente fuera el Paraíso. No pocos pobladores establecidos en la comarca hacia los años '30 y '40 quemaron aquí sus naves por consejo médico: para curar las enfermedades respiratorias (asmas y alergias) recomendaban recalar en Córdoba. "Pero si no puede irse a Córdoba, váyase a vivir a City Bell", le decían. Numerosos hoy viejos vecinos del pueblo confirmaron lo dicho, aunque nadie haya admitido mayor semejanza entre este lugar de la pampa con las serranías mediterráneas, que la pureza del aire. Al menos por aquellos años.


Mi tierra querida
"Nací en La Plata porque acá no teníamos partera", rememora Luis Tobías Büchele, nieto e hijo de pioneros fundadores de City Bell. Pero con seguridad, papá Tobías no dejó pasar muchas horas antes de traer a su esposa y su vástago de regreso a casa. Ella acababa de dar a luz, pero él era el responsable de la usina del pueblo. Cuestión de coincidencias, no más.


Con los años hubo maternidad en el pueblo: la de la familia Flores, en Jorge Bell casi Cantilo, que luego se convirtió en geriátrico hasta cerrar definitivamente. Y hasta que se estableció la clínica de la calle 7, la cigüeña debía aterrizar en La Plata o sobre la dura superficie de la mesa de la cocina, tal como se estilaba. No era fácil vivir en City Bell, y tampoco ahora. "Me duele pensar que ya no nacen chicos en City Bell, porque no hay lugar dónde hacerlo", se quejaba el enfermero Adolfo Etchevarne.

Pero nada de eso le quita magia al hecho de vivir aquí. Ni nada hay que explique esa magia, que como un imán nos retiene en este rincón húmedo, con profusión de árboles que tienen a mal traer a los alérgicos, con un tránsito feroz por ambas rutas que nos quitan paz y silencio, con calles embarradas y escasas de mantenimiento, con una nomenclatura de calles cuyos nuevos indicadores parecen gestados en las antípodas de City Bell: nadie logra encontrar coherencia en la numeración asignada a muchas calles, como si quien la dispuso poco y nada conociera del pueblo.
Así y todo, City Bell crece. Con la superpoblación vehicular que cada vez más complica circular por las calles, con la amenazante inseguridad, fruto de un sistema económico del que no se puede escapar con facilidad.


Bienvenidos
Bienvenidos a todos, entonces. La ciencia no ha desarrollado vacunas contra la pasión y esto último es lo que ofrecemos a los viajeros: el profundo sentimiento de sabernos citybellenses. Con las raíces bien hondas, con la sangre fluyendo por nuestras venas como tinta que escribe la historia de una tierra que no nos deja escapar.