Hombres
de negocios
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El tema estuvo rondando nuestros apuntes durante algunos años. Ya casi lo habíamos descartado porque lo creíamos desgastado en sí mismo, sin siquiera haberlo desarrollado. Cerca de un año atrás, como al pasar, se lo comentamos al Chino, uno de sus protagonistas, como una anécdota sobre una nota que ya nunca escribiríamos. Pero el otro día nos cruzamos nuevamente con él quien, a modo de saludo, deslizó un "¿Qué hacés, hombre de negocios?". Suficiente para impulsarnos a hojear la libreta de apuntes y devolverle su vigencia a esta vieja crónica. |
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Los
hombres de hoy Los hombres de negocios de este siglo XXI casi nunca visten traje; ni siquiera usan corbata sobre la camisa planchada. Los hombres de negocio no usan maletines ni agendas y si recurren a sus teléfonos celulares no es para hablar de trabajo sino de cuestiones domésticas. Aunque los hay atléticos, en su mayoría disimulan la prominencia abdominal debajo de una remera, a menudo estirada. Los hombres de negocio de hoy no operan tanto durante los horarios laborales sino en la última hora de atención de los comercios y, preferentemente, los días sábado. No se los vé detrás de un escritorio, atentos a su computadora y sorbiendo café, sino haciendo cola en la carnicería, en la fiambrería o en el supermercado del barrio. Son aquellos que asumieron como propia la doméstica tarea de realizar las compras familiares, algo que muchos años atrás era casi privativo de las esposas. Antes de salir han hecho la lista de lo que necesitan comprar en un trozo de papel arrugado y ella será su salvadora, siempre cuando no se la olviden sobre la mesa del comedor. |
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Yo
te conozco Con el tiempo las cosas fueron cambiando. El supermercado cambió de dueños y ahora pertenece a un señor chino pero de verdad (no como nuestro amigo, quien de oriental tiene sólo el apodo y sus ojos un tanto rasgados) y la clientela, de alguna manera, también en parte rotó y se renovó. A la
cola En un rincón, otro de los habitués de camisa y zapatos lustrosos parece estar jugando a las cartas cuando en realidad, lo que semejan naipes abiertos en abanico en su mano son diferentes tarjetas de crédito y de débito: según el día de la semana es el descuento que ofrecen con tal o cual banco, con ésta o aquella tarjeta. Y ni hablar de los tickets, contra cuya presentación hoy hacen descuento en lácteos (que no incluye ni leche ni yogur ni manteca), mañana en gaseosas (que no incluye los gustos que uno compró), pasado mañana en vinos (excepto las bodegas que hay en existencia). Y nuestro personaje saca cuentas e interpola promociones procurando no perderse ningún descuento. Con más humildad, frente al estante con galletitas y budines, un músico local con el torso desnudo y que no debe superar los 45 kilos se cuenta sus propias costillas y anuncia a otro de los hombres de negocios: "me lo comería todo, pero este fisiquito es fruto de mucho sacrificio". Y parte rumbo a las cajas para pagar una planta de lechuga, dos tomates y tres naranjas. Elige la "caja rápida" para quienes llevan menos de quince unidades y mientras espera vé cómo los que estaban a su lado, pero en la fila de una caja común, esperan mucho menos y se van antes. ¿Cuánto
compro? Parecido es en la panadería. Después de hacer la rigurosa cola dominguera, el hombre pide dos kilos de pan no muy cocido "pero de ese no, que parece crudo". Con paciencia o indecisión selecciona las tres docenas de facturas y se da cuenta de que se olvidó del postre. Para no hacer cola en la heladería se para frente a la vitrina de las tartas y las tortas y, teléfono en mano, discurre con la esposa sobre cuál llevar y pide justo esa que eligió el otro cliente mientras él consultaba por teléfono a su esposa. Todo
cambia |
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