Poligrafías
Mondo cane


"Amo la vida, por eso te odio", parece ser el lema
de algunos temas debatidos en las redes sociales.



Quizás sea que uno fue chico en la época en que tener un pajarito como mascota dentro de una jaula no estaba mal visto. Quizás tenga que ver el temperamento de uno o quién sabe qué, pero este cronista no se desvive por las mascotas. Las acepta en su casa, sí, mínimamente se ocupa de ellas, pero no se considera un defensor a ultranza de los animales puertas adentro.

De hecho, en su casa habitan el gato Alfio y la perra Tina, protagonista ella, hace poco más de un mes, de una mediática búsqueda a través de Facebook cuando decidió no volver a casa luego de acompañar a uno de sus dueños a hacer unas compras a seis cuadras de distancia.

Gracias a la red social, cinco días después un chico que iba a la escuela la vio, la reconoció y llamó a casa para avisar que tenía a Tina.

En casa, obviamente, hubo agradecimiento no sólo para el estudiante que la reconoció, sino para todos aquellos que se solidarizaron con nuestro pesar y se hicieron eco de la búsqueda. Más aún, no dejamos de asombrarnos por la preocupación de mucha gente a la cual no conocemos ni nos conoce, pero que dejaban mensajes sinceros que permitían entrever una angustia tal vez mayor que la nuestra. Por lo menos, que la de este escriba. Llegamos a pensar que si esa solidaridad y esa sensibilidad se pusieran al servicio de la búsqueda de personas, seguramente se resolvería buena parte de los casos de pedido de paradero de hoy en día.

Pero lo que despertó la intención de escribir estas líneas es otro caso ventilado también a través de Facebook. Un perrito callejero, abandonado por su anterior tutor o tutora y que habría sido maltratado por un comerciante de la zona céntrica de City Bell.

El cruce de acusaciones en uno y otro sentido -sin la intervención del acusado- contenía un odio feroz, un desprecio por la persona humana que -presuntamente- habría golpeado y abandonado al can en el Parque Pereyra (por una cuestión de imagen de su local), que a cualquiera con un mínimo de aprecio por cualquier indicio de vida le daría vergüenza ajena.

Alguien llegó a calificar a la pizzería -ese es el ramo del comerciante en cuestión- de tan baja categoría que tendría que irse "al barrio El Rincón", en una muestra que el acusador desprecia a las personas que habitan ese distrito de la comarca.

Un par de días atrás y hablando de un tema muy diferente, un docente que desglosa fórmulas y ecuaciones por la calle Pellegrini nos confesaba su estupor por lo diferentes que son las personas dentro y fuera de las redes sociales. "Te encontrás con otra persona, no es la misma que conocías desde que eras chico", nos dijo. Y en el caso del pichicho, eso se vio clarito.

Con el correr de las horas -ni qué decir de los días- la discusión planteada era ya de acusadores contra defensores, casi sin acordarse del pobre perro; perro que, por otra parte y según el código vigente, sólo puede estar en la calle acompañado por un adulto, con correa y bozal, para horror de quienes presuntamente defienden la vida. Vida perra.

La vida es vida para el más elemental de los microorganismos y para el más perfecto de los hombres (si existiera esa perfección), pasando por los vegetales y los animales todos. Para categorizarla o darle preeminencia a una o a otra, podríamos agotar los tratados de filosofía y teología sin llegar a un acuerdo. Pero siempre nos quedará el interrogante de quién desprecia más la vida: si quien presuntamente maltrata a un animal o quien lo hace -física o verbalmente- con una persona.