Fue una mañana
de miércoles. El termómetro y la escarcha decían
que se trataba de una de las más frías del año.
Como todos los días pasamos por ese lugar que es para nosotros
casi que de culto.
Alguna vez, refiriéndonos al aljibe del antiguo apeadero ferroviario
de City Bell, reflexionamos sobre las personas que se habrán
acercado a él a saciar su sed. Viandantes de a pie, de a caballo
o viajeros en tren. Épocas en las que no estaba el kiosquito
de la esquina para comprar una Coca; en que por ahí se podía
entrar al almacén de los Urdániz a comprar una soda siempre
y cuando hubiera algún centavo en el bolsillo.
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El aljibe tal como
amaneció el pasado 11 de julio
(FOTO: DNI-CITY BELL).
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Ese aljibe fue construido hace casi un siglo -tenemos noticias que en
1915- y no sabemos durante cuántas décadas prestó
su servicio. "El agua no se le niega a nadie", "el agua
es gratis", nos enseñaban de chicos, y eso un aljibe lo
sabe muy bien. Otras épocas. Épocas en que a nadie se
le hubiera pasado por la cabeza destruir algo así, aún
cuando no sirviera ya.
Nos preguntamos qué ocurriría si a la locura de reconstruirlo
le sumáramos la locura de devolverle la vida a su alma; el agua
a su subsuelo. Sí, ya sabemos, tendría que hacerse otra
perforación en otro lugar y, en caso de obtener agua potable,
no sería ya el mismo aljibe. Entonces, no sería lo mismo.
Quedémonos con la reconstrucción del viejo jagüel
del apeadero ferroviario.
La rápida respuesta que obtuvo DNI-City Bell al convocar
voluntades para reconstruirlo fue poco menos que emocionante. Alguien
se lo atribuyó a la intercesión celestial de Slivia De
Battista, la querida madre-maestra-vecina-dirigente cuyo nombre se impuso
recientemente a una nueva plaza comarquina. ¿Qué importa
quién intercedió?
El aljibe no es, como dijimos, un lugar de culto. Sí es un lugar
de respeto de la historia. Si en vez de un pozo con brocal fuera una
fuente, sería la fuente de los deseos.
De los deseos que tiene cada uno de los que se anotaron en la quijotada
de su reconstrucción -los que sumaron dinero, mano de obra o
materiales, o los que sumaron sus deseos de volver a verlo en pie-;
de los deseos, decíamos, de no dejar mancillar la historia y
la identidad de éste nuestro pueblo. Porque, como el agua, la
historia no se le niega a nadie. Historia que no has de leer no la destruyas;
déjala correr.
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