Poligrafías
La proyección
de las cosas simples


Era fabuloso aquello de ponerse detrás del Cine Graf para accionarlo,
cuadro a cuadro, deslizando sobre la pared cada uno de los dibujitos.



Hacía tiempo que al cronista le había picado el bichito, que le habían venido las ganas, pero no se decidía. En realidad, no se animaba.

De golpe le habían aparecido deseos de volver a tener, como cuando era chico, un "Cine Graf", uno de esos proyectores de cine de juguete, que con una simple lamparita de 60 watts eran capaces de proyectar, de manera manual, películas elementales dibujadas en papel de calcar. ¿En la era digital, del cañón y la pantalla gigante, de la televisión de alta definición y los home theatres, del cine en tres dimensiones que a paso redoblado está dando cuenta del tradicional, el de celuloide en rollos, comprar una de esas cosas usadas? "De una, viejo, compralo", lo animó su hijo postadolescente, exponente de esta generación cibernética, pero que sabe apreciar aquellas cosas que son testimonio del pasado.

Entonces brotaron en el recuerdo largas tardes de lluvia o de frío cuarenta años atrás, por lo menos. Era fabuloso aquello de ponerse detrás del proyector para accionarlo, cuadro a cuadro, deslizando sobre la pared de adornos descolgados del living de casa, cada uno de los dibujitos que representaban remedos de series televisivas o películas "de las de en serio": personajes de Disney, títulos de aventuras que semejaban a los verdaderos y hasta sucintas biografías de prohombres de la historia -próceres nacionales incluidos-, recreaban caseramente la magia de una tarde de cine con los pibes del barrio.

Ayer es hoy
En algún pliegue de la mente, si no del alma, han de habitar las razones por las que uno se apega a las cosas de antes. Y si no las conserva, trata de recrearlas con otras similares, como es el caso que nos ocupa en estos albores de la década de los '10 del tercer milenio. ¿Anacronismo? ¿Inmadurez? ¿Cuestiones irresolutas de la psiquis que piden años de terapia y diván?

Tal vez sea simplemente la necesidad de entender el presente, de mirar al futuro pero sabiendo bien de dónde se viene.


Fernando Arias acaba de comprarse un mecano -aunque no es el legítimo marca "Meccano"- que lo retrotrae a sus años de infancia. Fernando pasó ya los 50, y encontró la oferta en Internet. Se trata de un viejo juguete que está sin usar, en su caja y embalaje originales, que ha pasado largas décadas en algún depósito a la espera de algún adulto-niño que clamara por él. Seguramente entre sus muchas piezas conserva una que, a la vez de ser invisible, parece ser la esencia misma de su permanencia: la que hace que mantenga su vigencia, su capacidad de emocionar a su poseedor, la de generar la certeza de que si hubo un pasado creativo, no nos va a faltar un futuro productivo, creador, a la vez, de otros futuros.

Memoria del futuro
¿Acaso alguna mujer hecha y derecha puede dejar de emocionarse ante el encuentro con una simple muñeca de trapo? ¿Qué varón no se entusiasma con la idea de volver a jugar con autitos plásticos rellenos con masilla y con tapitas de inyecciones a modo de ruedas? ¿Acaso no es tentador volver a patear una "Pulpo" de goma, aunque sea en el patio de casa?

Se dirá, tal vez, que eso es nostalgia. La nostalgia es un sentimiento que cualquier persona normal puede tener. Se puede asociar a menudo con una memoria cariñosa de la niñez, como un juego o un objeto personal estimado. Dice el diccionario, también, que ese sentimiento de recuerdo que es la nostalgia entraña dolor, y no es este el caso. Por el contrario, quien camina hacia delante, no lamenta el camino que recorrió, sino que pondera lo mucho que avanzó, lo que incorporó como experiencia de vida, para potenciarlo en el presente y proyectarse hacia el futuro.

Viejas novedades
Hoy se da la paradoja de que el rescate de viejos objetos, por caso, juguetes como los mencionados que entretuvieron a chicos de antaño, despiertan curiosidad en los en los infantes de hoy, por su sencillez y primitivismo, por sus mecanismos, elementales o complejos, pero que prescinden de la electrónica y los procesos digitales, esos con los cuales las generaciones actuales nacieron y conviven con la mayor naturalidad.

Digamos que, de alguna manera, el viejo proyector de cine, lúdico y primitivo, se erige como un testimonio de los juegos de hace medio siglo -convengamos que avanzado, sí, para la época- y la demostración de que pasan las modas, cambia la técnica, pero perdura en el interior del hombre el más elemental principio de diversión y entretenimiento a partir de las cosas simples.

Y permítase el juego dialéctico al decir que los juguetes del pasado nos permiten también, proyectarnos en el futuro. Sí, aunque se trate de un vetusto Cine Graf.