Poligrafías
De renos, reyes y ratones


Una trilogía que nos acompaña desde que nacemos y nos esforzamos por mantener viva en lo más recóndito de nosotros mismos.

 

A Jorgito se le acaba de caer un diente de leche y está exultante. No es para menos. El sábado estaba mostrándoselo a sus amigos porque lo tenía flojo y el lunes avisó que finalmente se le había caído. Misión difícil, la del ratón Pérez, porque Jorge no es un niño: el muy zorro tiene 47 años y hasta sus hijos ya hace rato que están "avivados" de que lo del roedor dadivoso es puro cuento. Además tiene una calvicie avanzada y si en vez de una moneda por cada diente, le hubiese dejado una por cada pelo que perdió, hoy Jorge sería millonario.


Entre bromas de sobremesa con sus amigos a causa de su lentitud para cambiar el comedor según la ley natural, se fueron hilando pensamientos acerca de estos viejos mitos infantiles que, en el fondo, desearíamos que fueran ciertos. Pérez, Papá Noel y los Reyes Magos forman parte del imaginario colectivo, unos con sustento histórico y otros, apenas fruto de una imaginación ávida de fantasía.

Pérez, este es
El ratoncito Pérez es un personaje de leyenda, que toma la forma del Hada de los Dientes en los países de habla inglesa. Su modus operandi es conocido: aquel niño al que se le cae un diente, lo coloca debajo de su almohada y al día siguiente, el ratón se lo habrá canjeado por una moneda o billete.

Algunas fuentes apuntan que es producto de la imaginación del jesuita Luis Coloma, a quien desde la corona española en 1894 le pidieron que escribiera un cuento cuando a Alfonso XIII, el rey que entonces tenía 8 años, se le cayó un diente. El ratón vivía con su familia dentro de una gran caja de galletas, en un famoso almacén del corazón de Madrid, a metros del palacio real. El pequeño roedor se escapaba y, a través de las cañerías de la ciudad, llegaba a las habitaciones del pequeño rey Bubi I (Alfonso XIII) y las de otros niños más pobres que habían perdido algún diente.

Sin embargo, hay estudiosos de las costumbres que remontan el origen de la leyenda al siglo XV, en época de crisis, y tejen una trama que, francamente, le quita simpatía y ternura a la pérdida de un diente y la ilusión de recibir un premio por él.

Papá Nico
Papá Noel es, tal vez, la fantasía más difundida en el mundo, esperada año tras años por chicos y... no pocos adultos. Tradición y fantasía, sí, pero de raíz histórica, toda vez que el obeso bonachón de barba y abrigo rojo remite a san Nicolás de Mira, o de Patara o, más conocido aún, de Bari.

Nicolás (nombre que significa "protector y defensor de pueblos"), nació en Patara (Turquía) a principios del siglo IV o finales del III. Generoso y desprendido por naturaleza, siendo muy chico heredó la gran fortuna paterna que puso al servicio de los necesitados. Radicado en Mira (Turquía), fue consagrado obispo en aquellos años iniciáticos de la Iglesia perseguida por Roma. Fue detenido bajo el gobierno del emperador Licinio y liberado bajo el de Constantino. Participó en el Concilio de Nicea y murió el 6 de diciembre del año 345. Sus restos descansan en la italiana ciudad de Bari, y de allí el sobrenombre de san Nicolás de Bari, aunque jamás pisara esa urbe.

Las tradiciones y relatos acerca del santo son muy extendidas por todo el orbe. En Alemania se le conoce como Nikolaus, y como Santa Claus (o simplemente "Santa"), en los países anglosajones.

Hay sobre su persona muchas noticias, pero es difícil distinguir las pocas auténticas del gran número de leyendas tejidas alrededor de este popularísimo santo, cuya imagen más difundida (corpulento, con barba cana y ropa de color rojo) se la debemos a una publicidad de Coca Cola de la década de 1930.

Su culto se difundió en Europa cuando sus presuntas reliquias fueron llevadas de Mira y depositadas, el 9 de mayo de 1087, en la catedral de Bari, para evitar su profanación a mano de los turcos. Los prodigios que se le atribuyen son muchos, pero seguramente el más antiguo es el que afirma que, recién nacido, se puso de pie solito en la tina luego de que su niñera lo bañara.

Se le imputan milagros casi siempre vinculados a la abundancia o, por lo menos, la aparición portentosa de alimentos allí donde la carestía y el hambre se hacían sentir. A menudo, dejaba las mercaderías en una generosa bolsa junto a la chimenea de las casas. De allí a la tradición actual hay sólo un paso, imaginación mediante y capitalismo de por medio.

Huelga decir que Papá Noel es quien pasa en su trineo tirado por renos a dejar los regalos al pie del arbolito navideño en la medianoche que va del 24 al 25 de diciembre. ¿Por qué a nosotros? Porque para los católicos, cada Nochebuena nace otra vez Jesús no sólo en el pesebre, sino también en cada uno de los hombres.

El trío más mentado
Diez días después de la visita de san Nicolás, hay que dejar los zapatos al pie del mismo arbolito, además de un poco de pasto cortado y agua fresca: es que esa noche, la que va del 5 al 6 de enero, pasan los Reyes Magos y también nos dejarán sus regalos. Y como hacen su recorrido en camellos, no está de más dejar algo para calmar el hambre y la sed de sus jibosas cabalgaduras.

Muy seguramente los magos -en virtud, sabios, en tanto y en cuanto sabedores de interpretar las leyes de la naturaleza y la astronomía- han existido y se han trasladado desde el Lejano al Medio Oriente en caravanas, por lo que codo a codo, han sido muchos más que dos, y que tres.

Lo cierto es que han divisado algo nuevo en el cielo, una estrella (que sería un cometa), que ellos interpretaron como una señal de algo que habían leído en antiguas profecías. Y así entraron en la historia del cristianismo, en la de Occidente y en la fantasía de todos aquellos que seguimos siendo niños en un rincón de nuestro ser.

Imaginario colectivo
En casa de quien esto escribe, por cada diente que se caía eran "los ratones" los que venían a hurgar debajo de la almohada. Así, "ratones" en plural pero a secas, sin apellido que les hiciera un lugar en la guía telefónica. Pero cumplían igual que el más pintado de los Pérez.

Tal vez por aquello de que el Sur también existe pero el Norte es el que ordena (Beneditti dixit), han prendido tan fuerte aquí abajo tradiciones venidas de tan arriba. Se dice que Papá Noel habita en Laponia -Noruega- y que desde allí parte en su raíd agitando su sonora campanita. Hacemos un paréntesis: alguien debe recordar en City Bell al obeso señor que ganaba sus inviernos vendiendo maníes en su triciclo a pedal, y los veranos voceando helados Laponia, agitando una campanita. ¿Casualidad? ¿O Papá Noel vivía en City Bell? Cierre de paréntesis.

Otra cosa es con guitarra, diría el paisano, y ahí es cuando de manera especial entran los Reyes en las fantasías del cronista, que también fue niño. Quizás por esos años era mayor la importancia que se le daba a la fiesta de la Epifanía (el 6 de enero), tanto como que era feriado. Y la eterna espera desde la Navidad, transcurría en un clima entre expectante y filosófico para la chiquilinada, que gastaba así las silenciosas siestas y los atardeceres serenos en dilucidar cómo demonios hacían los tres chabones para bajar desde la Luna (dado que allí vivían y se podía ver sus siluetas sobre la blanca superficie) montados en sus rocines de lomo ondulado y cargados con juguetes para hacer su delivery entre todos los purretes. A veces algunos cirrus que parecían descolgarse de la bóveda celeste semejaban rampas de descenso en la necesidad de explicarse lo inexplicable. Pero no había mucho más que eso. Los tipos eran, sin vueltas, magos.

De ilusiones también se vive
Quiérase o no, estas fantasías, estas ilusiones, han trascendido siglos y milenios. Perviven, más allá de las redes sociales de la cibernética y la telefonía celular, puesto que ya no debe quedar ningún nene que mande su pedido a Papá Noel y a los Reyes escribiendo cartas de papel y sobre. Subsisten en todos y cada uno de los nenes y las nenas, de los señores y las señoras que aún a sabiendas de que ni el ratón, ni Nicolás, ni Melchor, Gaspar y Baltasar existen ya, regamos y cultivamos el juego de dar y recibir, porque en el fondo estamos saturados de mucha realidad, golpeados por las noticias, por esta vida que tanto nos cuesta defender. Porque creemos en el hombre y en la humanidad, valoramos también en fantasías. Y que sobrevivan por muchos siglos más.