Poligrafías
Qué fantástica,
fantástica esta siesta


Parafraseando la canción, un alegato de la sana costumbre de cerrar un rato
los ojos luego del almuerzo y despertarse renovados.


Finalmente el diario nos trajo una buena noticia: la siesta comienza a ganar su lugar en la vorágine diaria de las grandes ciudades. Al menos eso esperamos que suceda, a partir de lo aparecido en Clarín el pasado 23 de junio, dando cuenta de la inauguración de un "siestario" en pleno microcentro porteño.

La siesta -cualquiera lo sabe- es la costumbre de descansar después del almuerzo. Y esa costumbre, como tantas otras, la heredamos de los ancestros españoles, aunque muy probablemente entre nuestros ascendientes originarios haya habido más de un pueblo acostumbrado a echarse un sueñito a la sombra telúrica en las torridez vespertina.

Agreguemos que "siesta" viene de "sexta", y veamos por qué. Los romanos contaban las horas a partir de la salida del sol, de modo que al mediodía, cuando el calor se acentuaba, era aproximadamente la hora sexta, por lo que se llamó sexta -y más tarde siesta- al tiempo en que se almuerza y se echa luego un breve sueño.
En el "Tesoro de la lengua castellana" editado en1611, Covarrubias dice que la siesta es el tiempo que transcurre entre el mediodía y las dos de la tarde. Este mismo diccionario define "·sestear" como 'reposar a la sombra en la hora de sexta, que es la del medio día'.

Sueños interculturales
Se dice que el sueñito post almuerzo está también afincado en China (donde la "xiu-xi" es un derecho constitucional), Taiwán, Filipinas, India, Grecia, Oriente Medio y África del Norte, y que es una necesidad fisiológica, consecuencia natural del descenso de la sangre después de la comida desde el sistema nervioso al sistema digestivo, y la consecuente somnolencia. Hasta allí, los siesteros codo a codo y amigos con la ciencia, que les avala el hábito.

Claro que médicos y psicólogos recomiendan no más de 45 minutos, tiempo suficiente, dicen, para descansar y reponer fuerzas para terminar el día, extensión que atenta contra los sueños de cualquier cultor de la siesta. Los hombres de ciencia dicen haber demostrado que una siesta de no más de 30 minutos mejora la salud en general y la circulación sanguínea, y previene el agobio, la presión y el estrés. Además, favorece la memoria y los mecanismos de aprendizaje y proporciona la facultad de prolongar la jornada de trabajo al poderse resistir sin sueño hasta altas horas de la noche con poca fatiga acumulada. Eso, nos animamos a agregar, no es novedad para quien guste de entregarse a los brazos de Morfeo en horas de la tarde y levantarse luego, fresquito y despejado, a disfrutar de unos buenos mates en compañía de la patrona.

"Las siestas son recomendables para refrescar la mente y ser más creativo", dicen que escribió Albert Einstein sobre un papel que dejó sobre su escritorio, mientras reposaba en un catre junto a su biblioteca. También a Winston Churchill, Tomás Edison y Leonardo Da Vinci los presentan como adictos a la siesta, y para ir más lejos, se le achaca a Camilo José Cela, premio Nobel de literatura, su inclinación por la siesta "con pijama, Padrenuestro y orinal". El propio Raúl Alfonsín manifestó alguna vez, siendo Presidente, que sus siestas eran de persiana baja y pijama también.

Hacerse una siestita
Hoy son no pocas las empresas que destinan una suerte de dormitorio para uso de sus ejecutivos, los cuales si no llegan a dormirse, al menos se relajan y aíslan por unos momentos del fragor oficinesco. Y parece que les da resultado el descubrimiento. Claro que en el ámbito empresarial, quien duerme un rato se está "relajando", mientras que si el resto de los mortales duerme la siesta, está "atorrando" o, simplemente, es un vago. Convengamos, entonces, que hay por lo menos dos clases de siesta: la siesta urbana, breve, apurada y posmoderna que acaba de entrar en el mercado del consumismo, y la otra, la "provinciana" -se la duerma donde se la duerma-, esa que se duerme a persiana baja, sin horario y "a pata ancha".

Porque la siesta, digámoslo de una vez, es toda una institución nacional muy practicada fuera de los centros urbanos. Y en los barrios aledaños a éstos, también. Llevamos doscientos años de siesta argentina y más de quinientos de la criolla, sin contar que la costumbre puede haber sido, como dijimos, precolombina. En los barrios es el momento del silencio, la hora veraniega en que sólo se oye el pregón del heladero y el cantar de las chicharras. O el motor de alguna cortadora de césped cuyo dueño será el destinatario de más de un improperio.

Recordamos a una nenita que salía especialmente a la calle cuando escuchaba aproximarse al heladero y le pedía que gritara bien fuerte el producto frente a la ventana donde su abuelita dormía la siesta, única manera de que la señora le diera unos pesos para comprarse un helado y la dejara tranquila dormir la siesta.

Hubo quien después de almorzar se llevaba el diario a la cama y acababa dormido, tapado por el periódico (¿será por eso que al formato grande de los diarios se le llama "sábana"?). Esos veinte minutos le eran suficiente descanso para encarar la larga tarde de labores.

Siesteros por idiosincrasia
Resumamos diciendo que los argentinos somos siesteros por idiosincrasia y derecho propio y que por tanto la siesta, señores, es sagrada: a esa hora no se juega a la pelota, no se pone música -sólo la señoras pueden mirar a Mirtha Legrand, como una excepción- y se respeta el descanso ajeno, acá y allá: en un municipio de Valencia pueden aplicar una multa de 750 euros a quien cause molestias a esa hora.

No es menor la información de que la siesta reduce el riesgo de infarto, combate el estrés, elimina la fatiga física y mental, disminuye la presión arterial, mejora la atención y la memoria, aumenta el rendimiento y provoca una sensación de bienestar. También se la ha asociado a una prevención del envejecimiento. No estamos diciendo que sea la panacea ni que reemplace a la medicina, pero es, al menos, para no despreciarla.

Como el tiempo, el sueño perdido no se recupera jamás. Es decir que no existe un "acumulador de sueños", no podemos dormir de más varios días y "guardar" ese sueño de más para cuando nos vemos obligados a dormir menos. Quien duerme menos de lo necesario, contrae una deuda de sueño con su propio organismo; y tras que no tenemos deudas...

"Nap" para los angloparlantes, "xiu-xi" para los chinos, "siesta", para nosotros, parece ser que estamos entrando en el tiempo de su reivindicación. Hagamos silencio, formemos un poco de penumbra y soñemos. Que de eso, también se vive.