Poligrafías
Los caramelos
de la abuela


Desde tiempos inmemoriales, la más clásica de las golosinas
es un nexo afectivo entre niños y adultos.

Doña América Raimunda tenía una extraña conducta: cuando a los chicos que jugaban en la calle se les caía la pelota en su jardín, ella abría un tajo en el balón con un cuchillo antes de devolverlo. Luego metía las manos en los bolsillones de su batón y las sacaba colmadas de caramelos para todos los pibes de la cuadra. Así jugaba el doble rol de vieja bruja y abuela tierna a la vez. Ése era el recuerdo que tenía su nieta Coca.


Muy buena cocinera y repostera, doña América era excelente hacedora de tortas, bizcochos y dulces caseros. Alcanzamos a verla, ya en sus últimos años, fabricar exquisitos caramelos de miel que cortaba y dejaba enfriar sobre la mesada de mármol.

Caramelos y golosinas fortalecen los vínculos entre nietos y abuelos, entre mayores y niños. Hay barrios donde subsiste aún como una institución la figura del abuelo o la abuela de la cuadra, generosos en caramelos y golosinas para con los chicos ajenos.

Don José tenía por rutina una vez por mes, cuando iba a La Plata a cobrar su pensión de ex combatiente de la Primera Guerra, llegarse hasta El Buen Vasco a visitar viejos amigos y comprar un kilo de caramelos -siempre los mismos- con los cuales él y su esposa Victoria convidaban a las visitas. Los traía en un cartucho de papel de fantasía y los guardaba en el aparador pintado color aguamarina.

Debe haber pocos gestos de ternura tan manifiesta como el de un anciano o una anciana regalando golosinas a un niño. Es un acto casi institucionalizado en la intimidad de cada familia. Hay personas ya adultas, de gesto adusto, que ablandan su expresión y necesitan enjugar su emoción cuando evocan aquellas escenas tan tiernas como remotas. Algunas llegan a contar que había un lugar cuasi secreto en la casa de sus mayores, donde sabían que estaban las más codiciadas golosinas. E iban a servirse con el sigilo de quien descubre un tesoro y no quiere que nadie se entere, aún cuando todo ocurría con la tácita complicidad de unos y otros.

La dulce historia
La palabra "caramelo" nace con posterioridad al descubrimiento de la caña de azúcar, a la cual muchos denominaron "caña de miel" o, en latín, "canna melis". De allí a "caramelo", parece haber un paso.
Otros lingüistas opinan que en realidad viene del arábigo "carama" -con el significado de "regalo"-, o del latín antiguo "calamus", "caña. Con el extracto de la caña de azúcar, pulpa de fruta y otros aditamentos, se dio con la solución a un problema generalizado: el exceso de trabajo o el trasladarse caminando un largo trecho, generaba una sensación de debilidad física y era necesario contar con algo pequeño y dulce que revitalizara al cansado. Faltaban muchos siglos para que se conociera el "bajón de glucosa" en sangre a cierta hora del día, ese que nos lleva a tomar una infusión o comer una golosina. Los antiguos contaron, por ese entones, con una suerte de bocadillo hecho con una pasta dulce rápidamente soluble en la boca. Pero el tentempié duraba poco, se disolvía enseguida.

Pirámides de sabor
Según parece, en los antediluvianos tiempos de Noé ya se preparaba una pasta dulce y jugosa con pulpa de fruta y cereales pulverizados; aún los antiguos egipcios del tiempo de los faraones saciaban su gula mezclando miel y fruta moldeados, pero fue en India de donde se produjo por primera vez azúcar sólido, todo un avance para la invención del caramelo actual.

De hecho, el origen de los caramelos "1/2 hora" dataría del siglo XVIII -no la marca comercial sino el sabor, claro-, cuando abundaban las pastas de fruta y miel o azúcar, de poca duración en la boca, como hemos dicho. Naturalmente, hay mucho de leyenda entremezclada con la historia, pero de manera similar al origen adjudicado al dulce de leche, alguien se quedó dormido revolviendo una olla y -oh sorpresa- al despertar encontró una masa oscura y pegajosa que al enfriarse resultó de la dureza y sabor buscados.

Si no sois como niños...
Andrés sabe que María Rosa tiene siempre caramelos o chocolates en una lata redonda en su despacho. Y con la naturalidad de quien se siente eternamente niño, destapa la caja y se sirve sin que le conviden. Ambos, Andrés y María Rosa, son personas adultas que desempeñan cargos de nivel gerencial y toma de decisiones en una organización solidaria que ha superado ya las fronteras de la Nación. Podríamos decir que un caramelo en la boca hace más dulce la conversación de trabajo. O tal vez ayude a analizar las cosas con la simpleza de un niño.