Amistad
a la luz de la luna
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Qué distinto
sería ver las cosas de esta manera. Lo que había reunido
a media humanidad frente al televisor era la llegada del hombre a la
Luna, un hecho por demás trascendente que cambiaría nuestra
dimensión de las distancias, de las fronteras, de la ciencia
y hasta del equilibrio del poder mundial. Para muchos poetas y románticos
fue una puñalada a la sensibilidad y la imaginación, un
piedrazo contra el cristal de la magia donde la luna viene a ser algo
así como la galera de donde salen los conejos del alma. Aquello de "día internacional" es, al parecer, un tanto pretencioso. El amigo Febbraro -quien falleció en este 2009, cuando su propuesta cumple 40 años- pertenecía por entonces al Club de Leones y a través de sus lazos parece que envió más de mil cartas a diferentes países, de las cuales le respondieron 700. Nada mal. Pese a todo, no hay demasiados datos de que la amistad sea festejada en otros países como lo hacemos aquí. Será porque en otras latitudes no tienen el mate para compartir, será porque sentarse a tomar un cafecito y charlar largas horas es cosa de porteños y no de londinenses, parisinos o moscovitas. Como quiera que sea, el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, con el decreto Nº 235/79 autorizó la celebración y le dio un marco legal. Amigo mío D'Adda coincide en que la verdadera amistad tiene muy pocas variantes y muy lejos está de la amistad de boliche, de amigotes de la barra de la esquina. Familiero él, le pesa en la vida el tiempo que gasta cada día entre Gonnet y Buenos Aires para cumplir con su trabajo. "Si uno pudiera invertir ese tiempo en estar con su familia, todo sería mucho mejor", dice, y planifica el fin de semana para llevar a los chicos a la República de los Niños y a su esposa a pasear por Buenos Aires. Porque amistad y familia, créase o no, van de la mano cuando el vínculo es auténtico y profundo. Mateando junto al cráterDado que una amistad no se elige, no se decide, sino que se toma conciencia de ella cuando el hecho ya fue consumado, puede considerársela algo fortuito, muy lejano a aquel alunizaje histórico del amigo Armstrong. De haberlo sabido antes, bien le podríamos haber acercado a la NASA un equipito de mate para llevar en la Apolo XI. Debe ser apasionante sentarse a compartir unos amargos con bizcochitos de grasa sobre el suelo lunar, sacando los asientos del módulo espacial junto a un cráter y poniendo un CD en el autoestéreo, mientras se charla de bueyes perdidos, como viejos amigos. |
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