Mi
amigo fiel
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Te miré al principio de reojo, con recelo. Poco a poco te fuiste ganando mi afecto, hasta convertirte en compinche mío, confidente incuestionable de anhelos y secretos. Y comenzó tu vida nueva, algo más agitada que la que estabas acostumbrado a llevar, como asistente en la escribanía de la plaza. Buenas y malas Empezaste a ver después grandes pilas de papel impreso. Cambiaste tu escribanía de antaño por imprentas y fotomecánicas y cargaste con amor idealista las revistas de mis Comienzos. Y saltando barro y malezales te internaste por las tardes allá al fondo, llevando por los rancheríos la imagen de la Virgen, como un fortinero alza su bandera. Ya te estaba gustando la vida de tu nueva familia. Te paraban por la calle y te decían cosas lindas, te piropeaban e invitaban a irte con ellos. Y vos te ponías colorado, más de lo que sos. Te deseaban y te envidiaban. Pero una tarde te infartaste. Estabas desganado, sin fuerzas, y un ronquido latoso me obligó a dejarte junto al cordón de una calle, con todo mi dolor, para ir en busca de ayuda telefónica. Con las manos vacías volví por vos, ansioso, para velar el dolor de tu agonía, enjugando alguna lágrima de tristeza. Tu pulso se había estabilizado, no obstante; respirabas más tranquilo, aunque tus pulmones exhalaban bocanadas de un aire gravemente viciado, gris, pesado, contaminado. Despacio, con paciencia, soportando juntos ese dolor que te abría el pecho, alcanzamos nuevamente el reposo y la paz de casa. Hubo que internarte,
con diagnóstico reservado. Una operación de cirugía
mayor a corazón abierto y las manos de tu papá adoptivo
te pusieron otra vez en condiciones de disfrutar de la vida con todo
tu vigor. El alma me volvió al cuerpo, y la sonrisa a mi rostro |
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Y
luego vino el lifting. Removimos hasta lo último debajo de tu
epidermis. Eliminaron tu celulitis y te devolvieron el semblante con
renovada pigmentación de la tez. No se conocían en esos
años las bondades de la picadura de avispa en la piel de los
presidentes. Por eso no pensamos en esa posibilidad. Entonces sí,
a pesar de ello, pasaste al mundo de la leyenda y la mitología
por tu fuerza y tu elegancia. Quisieron seducirte pese a tus años,
pero mucho era lo que aún nos quedaba por vivir juntos.
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Quizás porque ambos presentíamos la despedida decidimos compartir un verano de vacaciones. Tuve miedo de que la fiebre que levantaste durante el viaje no te permitiese llegar a Necochea. La presión pareció llegarte a cero cuando ya casi pisábamos los umbrales. Me quedé con vos junto a la ruta en la fría medianoche oscura hasta que vinieron a buscarnos. Por la mañana te revisaron, y todo había sido cuestión de emoción. Estabas bien y lo demostraste correteando por los arenales de Punta Negra o esquivando pinos y subiendo y bajando las curvas en lomada del Parque Lillio. Réquiem Supiste llevar
sobre tus hombros desde herramientas de jardinería hasta máquinas
de escribir. Te bancaste la lluviosa tarde de un Chascomús nublado
y el sol caldeado de la ruta de un febrero con todas las letras. Fuiste
fiel, leal y bonachón. Por eso te cuidé aunque de lavarte
la cara poco me ocupara. Muchos clamaron por vos cuando supieron de
nuestra separación. Ninguno te querrá como yo te quise.
Quien nos conoció, supo de lo nuestro. Vos, un Fiat 1500; yo,
tu humilde conductor. |
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