Poligrafías
Mi amigo fiel


Todos tuvimos un amigo Irreemplazable. Aquel que nos marcó la vida.
El que nos marcó los defectos y los aciertos.
El que nos dio los mejores momentos de la juventud.
Para muchos, fue el primer amor, el que nos enseñó el valor de la confidencia.
Y terminamos de conocerlo cuando ya no estuvo a nuestro lado.


El invierno del '79 te vi llegar, tímido y complaciente, a hacerle compañía a quien entonces fue tu nuevo hermano. Tus diez años eran jóvenes, sin embargo, debajo de tu piel rojiza curtida y gastada a lo largo de cien mil kilómetros.

Te miré al principio de reojo, con recelo. Poco a poco te fuiste ganando mi afecto, hasta convertirte en compinche mío, confidente incuestionable de anhelos y secretos. Y comenzó tu vida nueva, algo más agitada que la que estabas acostumbrado a llevar, como asistente en la escribanía de la plaza.

Buenas y malas
Fueron ocho los años que anduvimos juntos. Desde aquellas mañanas del '80 en que alternabas tus horas estáticas entre City Bell y La Plata, éstas frente al viejo galpón de la calle 10, obligada aula de la por entonces Escuela de Periodismo. Un mediodía no querías moverte. Gruñías cuando te obligaba a caminar, pero mis mañas les ganaron a tus manías y tomándote del hombro te traje hasta casa, despacito, con la dificultad de cada paso.

Empezaste a ver después grandes pilas de papel impreso. Cambiaste tu escribanía de antaño por imprentas y fotomecánicas y cargaste con amor idealista las revistas de mis Comienzos. Y saltando barro y malezales te internaste por las tardes allá al fondo, llevando por los rancheríos la imagen de la Virgen, como un fortinero alza su bandera.

Ya te estaba gustando la vida de tu nueva familia. Te paraban por la calle y te decían cosas lindas, te piropeaban e invitaban a irte con ellos. Y vos te ponías colorado, más de lo que sos. Te deseaban y te envidiaban. Pero una tarde te infartaste. Estabas desganado, sin fuerzas, y un ronquido latoso me obligó a dejarte junto al cordón de una calle, con todo mi dolor, para ir en busca de ayuda telefónica. Con las manos vacías volví por vos, ansioso, para velar el dolor de tu agonía, enjugando alguna lágrima de tristeza. Tu pulso se había estabilizado, no obstante; respirabas más tranquilo, aunque tus pulmones exhalaban bocanadas de un aire gravemente viciado, gris, pesado, contaminado. Despacio, con paciencia, soportando juntos ese dolor que te abría el pecho, alcanzamos nuevamente el reposo y la paz de casa.

Hubo que internarte, con diagnóstico reservado. Una operación de cirugía mayor a corazón abierto y las manos de tu papá adoptivo te pusieron otra vez en condiciones de disfrutar de la vida con todo tu vigor. El alma me volvió al cuerpo, y la sonrisa a mi rostro

Y luego vino el lifting. Removimos hasta lo último debajo de tu epidermis. Eliminaron tu celulitis y te devolvieron el semblante con renovada pigmentación de la tez. No se conocían en esos años las bondades de la picadura de avispa en la piel de los presidentes. Por eso no pensamos en esa posibilidad. Entonces sí, a pesar de ello, pasaste al mundo de la leyenda y la mitología por tu fuerza y tu elegancia. Quisieron seducirte pese a tus años, pero mucho era lo que aún nos quedaba por vivir juntos.


Lluvias y calores

Te gustaba la lluvia. ¿Te acordás los diluvios que nos sorprendieron en La Plata? Con qué orgullo altanero mirabas al pasar a los que, mojados hasta el tuétano, caían exhaustos en el camino. Me asustaste aquella noche de Sábado Santo cuando en el camino Centenario, al paso de un mnicro nos tapó una ola de agua barrosa... No querías seguir. Te palmeé, te hablé al oído y enseguida recobraste el aliento retomando el paso, como si nada hubiera pasado. ¿Y aquella noche, cuando a las 2 de esa madrugada lluviosa tuvimos que llegar al barrio Santa Ana,en sus tiempos de antes del asfalto? En ese momento supe de tus dotes para el ballet. Julio Bocca te habría convocado de haberte conocido. Embarrado y transpirando saliste escupiendo barro, limpiándote la cara a la velocidad de un limpiaparabrisas.

Quizás porque ambos presentíamos la despedida decidimos compartir un verano de vacaciones. Tuve miedo de que la fiebre que levantaste durante el viaje no te permitiese llegar a Necochea. La presión pareció llegarte a cero cuando ya casi pisábamos los umbrales. Me quedé con vos junto a la ruta en la fría medianoche oscura hasta que vinieron a buscarnos. Por la mañana te revisaron, y todo había sido cuestión de emoción. Estabas bien y lo demostraste correteando por los arenales de Punta Negra o esquivando pinos y subiendo y bajando las curvas en lomada del Parque Lillio.

Réquiem
En el recuerdo de hoy, a veinte años de tu partida de mi lado, quedan los años compartidos, las palizas corriendo cuando el tiempo era escaso y los paseos tranquilos y descansados en un Parque Pereyra tornasolado por el cobre de las hojas de algún otoño. ¿Cuántas veces fuiste testigo silencioso de una despedida enamorada?

Supiste llevar sobre tus hombros desde herramientas de jardinería hasta máquinas de escribir. Te bancaste la lluviosa tarde de un Chascomús nublado y el sol caldeado de la ruta de un febrero con todas las letras. Fuiste fiel, leal y bonachón. Por eso te cuidé aunque de lavarte la cara poco me ocupara. Muchos clamaron por vos cuando supieron de nuestra separación. Ninguno te querrá como yo te quise. Quien nos conoció, supo de lo nuestro. Vos, un Fiat 1500; yo, tu humilde conductor.