Poligrafías
Siempre es un placer
volver a casa


Del subanempujenestrujenbajen al marche preso. La mejor oferta de Plaza.


"Siempre es difícil volver a casa" se titulaba una recordada película que bien podría estar inspirada en la Odisea que tuvo al griego Ulises por protagonista. El tiempo pasa, las alegorías quedan, y por mucho que le pese a Pipo Pescador, el viajar no siempre es un placer.

El chiste alemán
Un martes de aquellos de 2008, mientras en el país entero con la capital federal incluida, las manifestaciones en apoyo al agro bullían como acné purulento, otra batalla se gestaba en las terminales de transporte porteñas. Si Retiro era lo que era, no queremos imaginar lo que sucedía en Once, y ni qué hablar de Constitución. Ese atardecer encajó perfecto en el viejo chiste argentino de cómo se dice ómnibus en alemán: "subanempujenestrujenbajen". Y todavía sobró.

La fila de aspirantes a un lugar en un ómnibus de la Línea 129 -"el Plaza", para los amigos- recorría unos sesenta metros de la plaza devenida en terminal de micros, a pocos metros del hotel cinco estrellas y del exclusivo barrio de Puerto Madero. De allí parten los servicios con destino a La Plata, unos por Autopista y otros que combinan esa vía con camino Centenario y que son, a la sazón, los que mayor cantidad de pasajeros convocan.

La desinformación y la desorganización son ya parte de la rutina y el paisaje y cotidianos. Cuatro micros seguidos partieron con el cartel de "Autopista", algunos de ellos con lugares vacíos, mientras muchos de los pasajeros permanecían en sus lugares -la cola ya había duplicado su extensión- ignorando que estaban dejando escapar la oportunidad de un regreso temprano.

Un viaje "centenario"
Cuando el quinto ómnibus arrimó al cordón portando el mismo cartel, se armó la turbamulta. Algunos rodearon el coche con cara de malos amigos y no pocos increparon al chofer, que alcanzó a balbucir que el camino Centenario estaba cortado. Una pasajera ataviada con chaqueta y pantalón de médico amenazó con pegarle al conductor cuando éste dijo que si la situación no se calmaba él no manejaría a ningún lado. Finalmente trocó el cartel por el de "Centenario" e informó que desde Alpargatas retornaría a la autopista para llegar a La Plata, cosa que se escuchó no más allá de la segunda fila de asientos.

Las dos primeras paradas fueron suficientes para que no quedara espacio ni para un jején dentro del colectivo. Desde allí y sin escalas ni mayores sobresaltos, el pasaje arribó a Hudson y luego a Alpargatas, donde el ambiente se volvió a caldear cuando lo que ya se había insinuado se hizo realidad: el camino estaba cortado por un piquete de inundados en Villa Elisa y el Plaza volvería a Hudson para, desde allí, seguir viaje a La Plata.

El aire se puso espeso. Alegorías a la madre del chofer, improperios contra su persona y la empresa, amenazas varias, presiones para que llegara hasta Villa Elisa -lugar del piquete- o desde La Plata retornara hasta el mismo punto para, aunque sea en sentido contrario, cumplir con la totalidad del recorrido. En medio de la discusión el conductor defendió educada y honrosamente su condición de trabajador -como casi todos los que habitábamos el ómnibus-. Alegó que no estaba dispuesto a desobedecer órdenes dado que se arriesgaba a cinco días de suspensión -que nadie del pasaje le pagaría- amén que si en esa circunstancia rompía algún elemento del vehículo, debía pagarlo de su bolsillo -y daba por descontado que tampoco nadie del pasaje pondría un centavo en su auxilio-.

Marche preso
"Entiendan que si la empresa no da la cara, yo sí la estoy poniendo -dijo el conductor cuyo rostro se extendía hasta la nuca, habida cuenta de su cráneo rasurado-. Yo también pienso que la empresa es una caca -en verdad, aplicó otra palabra-, pero es mi trabajo y no tengo otro", se sinceró. Y anunció que si no había acuerdo y los desconformes no se bajaban, llamaría a un patrullero. Dicho lo cual, se dirigió al kiosco cercano y tomó un teléfono.

A su regreso, de entre la horda exaltada surgió una propuesta: llegar a la terminal platense y allí exigir que se dispusieran los medios para que quien fuera a Villa Elisa o paradas intermedias pudiera hacerlo por cuenta de la empresa. Hechas las paces, el pelado se sentó frente al volante y estaba cerrando la puerta cuando desde el kiosco llegó la contraorden: "No te vayas. De la empresa te avisan que te quedes porque el patrullero viene para acá".

Algunos aplaudieron, otros bufaron, y no pocos aceptamos el convite de pasarnos al micro que acababa de llegar atrás y que, mansamente, ponía proa hacia la capital provincial, retomando la autopista. Al fin de cuentas, soldado que huye sirve para otra guerra.

Soldado que huye sirve para otra guerra
Llegamos a casa cuando faltaban cinco minutos para cumplir las cuatro horas desde nuestra salida del trabajo. Mientras por la tele veíamos los múltiples cacerolazos opositores a la política oficial respecto de los productores rurales, nos quedó el sinsabor de habernos bajado de un barco que se hundía, de haber huido como rata por tirante, de haber sido tibios en una situación que resultaba por demás injusta para chofer y pasajeros.
"Cuando en el cielo me juzguen -diría nuestro amigo Fernando D'Adda-, me van a condenar por tibio". Nos fuimos a dormir convencidos de que, sí, nos condenarán por tibios. Pero posiblemente nos perdonen por el sudoroso esfuerzo que diariamente hacemos para regresar a casa, entre piqueteros que reclaman los suyo y compañeros de viaje que en su exaltación por hacerse respetar, dejan su propia dignidad desparramada en una parada de micro, o declarando en una comisaría por una problemática que, por más que pataleen, parece que no habrá nadie capaz de ponerle punto final.