Sacate
el antifaz
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Cuentan los más añosos que solían ser concurridos los desfiles carnavalescos que se montaban sobre la avenida Labougle (hoy Camino Centenario), entre cuyas carrozas y comparsas se "colaba" el Expreso Buenos Aires, urgido por cumplir el horario de su recorrido. |
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Mientras,
en los clubes, tanto el Atlético como el Argentino Juvenil supieron
organizar grandes festejos con orquesta incluida, escenarios aptos para
romances juveniles que contribuyeron a poblar esta por entonces prometedora
aldea. Si hasta micros especiales salían de La Plata para acercar
la concurrencia a las pistas danzantes locales. La pista de baile -también
cancha de básquet y de pelota al cesto- se rodeaba de sillas
donde las mozas "en edad de merecer" (¿de merecer qué?)
se sentaban junto a sus madres, en tanto en las del lado de enfrente
los muchachos engominados y de riguroso saco y corbata fichaban hasta
hacer un gesto con la cabeza a aquella a quien deseaban invitar a bailar.
La madre decidía, claro.
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Las grandes orquestas
de la época venían a animar los bailes Citybellinos, de
lo cual dan cuenta viejas publicidades aparecidas en los diarios: Juan
Darienzo, Juan Carlos Mareco, Varela Varelita, Osvaldo Pugliese, atrajeron
las multitudes de City Bell y sus alrededores en aquellos memorables
carnavales del pueblo en aquellas décadas del medio siglo, en
que City Bell estaba empezando a tomar su fisonomía de localidad
pujante. |
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Así
empilchado y en el verde micro 3 que iba y venía por Cantilo, su
mamá lo llevó al baile infantil del Atlético, orgullosa
del sheriff que tenía por hijo. La diversión por entonces eran lastimosas grabaciones musicales para chicos contenidas en discos simples, muchas de ellas sobrevivientes de la década del '50. La nieve en aerosol no había sido inventada todavía, pero sí existían los lanzaperfumes, curiosos envases similares a un aerosol pequeño, de vidrio, y que por el precio elevado y la peligrosidad del material, no era cosa fácil de lograr que le compraran a uno. Por supuesto que también había papel picado y serpentina de la buena, no como la de ahora que uno tira y no llega a un metro de distancia del lugar de partida. Todo un papelón. Dentro del club, bombitas y pomos, abstenerse. |
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También
tuvieron su época los corsos de la plaza y la calle Cantilo.
Si bien el recuerdo es vago acerca de ellos, este escriba presume que
no serían gran cosa teniendo en cuenta la extensión de
la calle central de la Plaza Belgrano y que muy pocos hoy los recuerdan.
Las evocaciones en el tiempo suelen magnificar las cosas queridas y
disminuir la gravedad de las indeseadas. |
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Así y todo,
el purrete que fue este escriba recuerda algún año en
que se organizó un "corsito barrial" en Cantilo entre
21 y 22, muy posiblemente por la vereda, mientras desfilaba la borregada
del barrio. Seguramente la impulsora de la idea fuera la señora
Esther Gamboa de Andrade, una madre orgullosa de sus hijos y sus amiguitos
y por cuya sana diversión se desvelaba. Posiblemente, esto último sea lo que más se conserva hoy del carnaval, al menos entre las generaciones más jóvenes. Nadie habla de antifaces ni mascaritas, elementos éstos más viejos que las mismísimas Carnestolendas. Pese a todo, la fiesta sigue vigente sobre todo para aquellos que insisten en afirmar que todo el año es carnaval. Al menos como excusa para no quitarse la careta. |
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