Poligrafías
Yuyos para
la buena suerte


Los tréboles de cuatro hojas son, por excelencia,
portadores de leyendas y tradiciones.
Creencias, récords y otras curiosidades
de una hierba con destino de novela.


Bien dicen que ser supersticioso trae mala suerte. Debe ser por eso que el cronista hace caso omiso de cosas tales como no pasar por debajo de una escalera, depositar el salero sobre la mesa cuando se lo alcanza a otra persona en vez de entregarlo en mano, o tener un trébol de cuatro hojas por su poder como amuleto. Un yuyo así, en todo caso, le despierta curiosidad por su escasez entre otras variedades y uno hasta es capaz, sí, de conservarlo entre las páginas de un libro como lo haría con una pluma birlada al viento.


Por ese motivo, tardes atrás se le disparó la curiosidad por el tema cuando oyó la voz de su pediatra de antaño -Eugenio Crivaro-, quien de rodillas ante un cantero del jardín de su casa le preguntaba al escriba si era "cabulero", si creía en la buena suerte: el médico jubilado le extendía su brazo sosteniendo entre sus dedos un ejemplar de trébol de cuatro temblorosas hojas.

Cuando hace algunos años Silvina Garré cantaba "yo aprendí a vivir sin tréboles de cuatro hojas" (¿sin cábalas? ¿sin suerte? ¿sin falsas creencias?), muy posiblemente no pocas chicas habrán salido a buscar su ejemplar con dos pares de foliolos por entre las matas de plazas y jardines. Es que desde tiempo inmemorial el trébol es símbolo de ventura, más aún si tiene cuatro hojas y no tres, como la gran mayoría de ellos. Dice la creencia, también, que no vale cultivarlo sino que uno lo tiene que encontrar al azar o, cuando mucho, recibirlo como obsequio.


Papilionácea con corazón

Según tradición, mientras para algunos cada uno de sus cuatro foliolos ("hojitas") representa la suerte en un aspecto en particular: el primero es para la esperanza, el segundo es para la fe, el tercero para el amor y el cuarto para la suerte, hay quienes sostienen que la primera hoja a la izquierda del tallo nos trae fama, la segunda riqueza, la tercera amor y la cuarta salud.

De una u otra manera, el potencial azaroso del trébol parece alcanzar su clímax en la noche de san Juan, esto es, el 21 de junio, (aunque en verdad corresponde el 24 de junio) cuando para el hemisferio sur se inicia el invierno pero en el nórdico, de donde proviene la creencia, es el punto inicial del estío.

Tanta historia tiene el trébol y las supersticiones que le atañen, que es posible que su auténtico origen esté en la India milenaria, ya que se encontró una talla con figura humana y ornada con tréboles perteneciente a la civilización del valle del Indo, que alcanzó su esplendor hace unos 5.000 años. También se encontraron formas de trébol en el arte antiguo de Arabia.

Lo cierto es que el trébol es una planta herbácea anual, de la familia de las papilionáceas, de hasta unos veinte centímetros de altura, con tallos vellosos, hojas acorazonadas, flores blancas y fruto con semillas menudas. Crece de manera espontánea pero se cultiva también como planta forrajera. Es de la familia del berro y como él, tiene aplicaciones culinarias además de medicinales. El de cuatro hojas es una variación del de tres foliolos, aunque muchos menos numerosa que éste: se estima que por cada ejemplar de cuatro hojas hay diez mil de los otros. Y como si fuera poco, es una de las especies que el Ministerio de Medio Ambiente español acaba de incluir en el Catálogo Nacional de Especies Amenazadas en la categoría de "en peligro de extinción".

Según la tradición -dijimos-, trae buena suerte a quien lo encuentra y a quien le es obsequiado. Si tomamos esto como una verdad, podemos ser optimistas y lanzarnos en una carrera desenfrenada a buscar un ejemplar como el que acaba de ser postulado para el libro Guiness de récords: se trata de un trébol de ¡veintiuna! hojas, fruto de la paciencia del agricultor japonés Shigeo Obara, quien lleva más de medio siglo en el oficio de cultivar y experimentar con tréboles. Obcecado en alcanzar metas absurdas, Obara aspira a conseguir un trébol de 30 hojas. Con la cantidad de plantitas de ejemplares de cuatro hojas que debe tener en su casa, con toda seguridad tendrá la suerte de lograrlo.

Contra los dragones

La fama del trébol de cuatro hojas arranca de una leyenda popular que afirma que cuando Eva fue expulsada del Paraíso no se cubrió con hojas de higuera o de parra, sino con un manojo de tréboles. Los ocultistas afirmaban que el trébol de cuatro hojas, además de proteger contra la locura, les permitía ver a los demonios hostiles y de esta manera podían escaparse de ellos.

En muchas de las grandes culturas de la antigüedad se lo encuentra como parte de la vida cotidiana vinculado a lo ritual. Los egipcios lo consagraron a Isis, diosa del bien, pero también era un obsequio especial para el ser amado, a fin de preservar el amor. Las madres lo colgaban al cuello de sus hijos para protegerlos de las adversidades de la vida, y hasta formaba parte de los famosos rituales fúnebres, ya que era colocado dentro de los sarcófagos entre los muchos elementos que acompañaban al difunto en su tránsito al más allá.

En el siglo XVII se extendió la costumbre de diseminar tréboles de cuatro hojas delante de las novias, como aún hoy en muchos lugares se diseminan pétalos de rosas. En la antigua Roma, la estación de las cosechas, el verano, se representaba mediante la imagen de un trébol. Los griegos llegaron a creer que servía para descubrir tesoros ocultos y que soñar con ella era anuncio de riquezas.

En Irlanda, los tréboles gozan de gran popularidad gracias a su patrono san Patricio, responsable de la conversión de Irlanda al cristianismo quien, según la leyenda, luego de matar al dragón que asolaba al país, utilizó uno de estos yuyos para demostrar delante del rey Leodegario que sus tres hojas simbolizaban a la Santísima Trinidad. Pero, mucho antes de la llegada del cristianismo a tierras irlandesas, el trébol era un amuleto para los celtas, sus antiguos habitantes. En la tradición celta las tres hojas en forma de corazón representaban a las madres multíparas.
La suerte al viento

Supersticiones aparte -ya hemos dicho que ser supersticiosos trae mala suerte- ha de haber infinidad de tréboles cuatrifolios disecados entre las hojas de la más variada literatura, desde la Biblia al libro de doña Petrona C. de Gandulfo. Es que la mayoría de quienes decimos no creer en esas cosas tenemos una sensibilidad que no sabemos por qué, pero hace que cuidemos con fruición y sutileza la fragilidad de un tallito verde con cuatro hojitas arrancado a la madre tierra, criaturita de Dios. Si hasta nos da placer dejar las alpargatas a un lado y caminar sintiendo sus hojas y sus tallos acariciándonos los pies. Mientras soplamos al viento uno de esos "plumeritos" redondos, todos pelusa, que crecen por ahí. Disfrutar de esos momentos es, si, una gran suerte.