Poligrafías
La comida de mamá

No siempre es placentero salir a comer afuera.
Algunos vecinos de City Bell eligieron ese regalo para sus madres
y esposas el último Día de la Madre, y es posible que muchos de ellos
hayan terminado exprimiendo un choripan entre sus dedos
en la banquina del camino Centenario. La vigencia de los Campanelli.


Bicho contradictorio el hombre. Pasa largo tiempo deseando ir a comer afuera y, cuando su bolsillo u otras circunstancias se lo permiten, siente preferencial atracción por los restoranes que ofrecen menú de comida tipo casero. Y aunque a las amas de casa no les cause mayor gracia, hay que señalar que no pocos maridos se resisten a entrar a un lugar cuya vidriera rece "coma como en su casa".

Los "fast-food" han cambiado tanto nuestra idiosincrasia gastronómica que cualquiera se atrevería a aseverar hoy que las hamburguesas con salsa picante forman parte de nuestras comidas típicas. Vivos, los americanos, que inventaron una comida que invadió el mundo y la identificaron como originaria de Hamburgo, ciudad que se encuentra en Alemania. Nadie podría, hoy por hoy, acusarlos de penetración ideológica, ni siquiera gastronómica.

Todo sea por la vieja

Y si de tradiciones hablamos, una de las más caras para los argentinos es el almuerzo del Día de la Madre. Y es natural, ya que cocinar es una de las tareas casi exclusivas del ama de casa. En tren de homenaje, aunque sea por un día son ellas las que se sientan a la mesa y ordenan se les sirva lo que más les apetece. Total, el lunes retoman el régimen para adelgazar y asunto solucionado. Hasta el martes.

Para los que vivimos en City Bell, el camino Centenario se despliega como un abanico rico en variedad de opciones para elegir comer entre Ringuelet y Villa Elisa, a uno y otro lado de la carretera. Allí se agrupan muy buenas ofertas gastronómicas con preferencia por la parrilla y el asador. Por eso, con la brújula del estómago indicando el norte, Fulano y familia salieron a homenajear a la mamá de la casa. Una cuestión de segundos los dejó sin mesa en el primer quincho que encontraron, acantonado contra las vías del ferrocarril. Faltaban pocos minutos para la una del mediodía y la palabra del propietario del lugar fue lapidaria: "retiren su numero en la caja, por favor". En tales circunstancias no era pensable que nadie se levantara de la mesa antes de tres cuartos de hora, así que pusieron proa al siguiente puerto.

Vaya uno a saber por qué extraña costumbre, la gente sale a comer toda a la misma hora y todos quieren homenajear a las madres en el mismo día que lo señala el almanaque. Estamos diciendo que ya había cola en más de un restorán y no habría mucho para elegir, así que la decisión de ocupar una mesa afuera en el tercer local encontrado, parecía a todas luces muy buena. La sombra, estimaron, se les acabaría cuando ya anduvieran por el postre. Veinte minutos más tarde, la celeridad del mozo de chaleco amarillo les alcanzó una coqueta carpeta con el menú a cada comensal. Chorizo y ensalada de lechuga y tomate para uno -no figuraba la cebolla en la lista- y pollo deshuesado al limón para dos, regado con gaseosa y agua mineral, fue la elección simple y rápida. Mientras tanto, tentadores rulos de manteca llegaron a la mesa para engañar al estómago.

A la buena mesa

Cuarenta minutos pasaron hasta que la comida llegó. Una sola mesa libre quedaba en pleno sol, mientras no pocos aguardaban que se desocupara alguna ubicada en la sombra. Al mismo tiempo, el rubio del chaleco amarillo comunicaba a los de la mesa contigua que se habían acabado los pollos. La paciencia del señor morocho con bigotes permitió que su esposa, su suegra y sus hijos eligieran nuevo menú.
La sombra no había durado hasta el momento esperado del almuerzo. Todo se había retrasado -menos el reloj-, la bebida se había calentado al sol y la manteca, convertido en tibio aceite. La ensalada de lechuga y tomate traía finos trozos de cebolla que nadie había pedido y el pollo deshuesado, su correspondiente esqueleto de ave sin deshuesar. Del jugo de limón ni hablar, y de la consistencia y el sabor de su carne, menos. "¿Sal? Lo lamento, se nos acabaron lo saleros. No tenemos".
A nadie le gusta comer mientras lo están observando, y la concurrencia que esperaba conseguir lugar ya era notoria. A todo esto, el morocho de la mesa vecina seguía esperando con el plato vacío y pedía por el dueño o el encargado del local que, desde luego, no estaba. "No se queden, que se acabó la comida -les decía a los que esperaban en vano que se desocupara alguna plaza-. Al señor le sirvieron el último pollo -explicaba señalando a su comensal más próximo-". "Sí, el último de Mazzorín, debe ser", acotó el otro golpeando un pedazo de corcho de ave sobre el plato y saboreando una ensalada de lechuga y tomate con gusto a cebolla.

Gracias por los servicios

"Alguien pisó caca", dijo un nene arrodillado sobre su silla y apretándose la nariz con los dedos pulgar e índice. A un par de metros, en la vereda de piedras grises, dos moscas revoloteaban sobre un excremento pisoteado y maloliente.
El morocho de admirable calma y buen humor, luego de aguardar más de una hora y no poder comer, dijo basta. Apuró la última copa de vino fino que había pedido y arreando a su familia se subió a su auto rojo y se marchó sin pagar la bebida que era, después de todo, lo único que le habían servido. Nadie se atrevió a ocupar la mesa que acababa de quedar libre. Más aún, muchos de los que aguardaban su turno para almorzar, partieron con nuevos rumbos sin atreverse a pedir, siquiera, una papa hervida. Dicen que un par de kilómetros más adelante, eran muchas las señoras de impecable peinado y tacos altos que comían un choripán a tres pesos la unidad, acompañado de un vasito de tinto de tetrabrick, acodadas sobre el capot de un desvencijado Rastrojero.

A la hora de la reflexión, vienen al recuerdo los memorables almuerzos de la familia Campanelli, con los infaltables ravioles de la "vieja", una tradición que, de puro italiana, se ha convertido en bien argentina. Tal vez por efecto de la insolación y el hambre que hacía delirar, de entre las mesas del restorán alguien se animó a sentenciar: "Que te sirva de leción, vieja. El año prósimo, si querés salir a comer afuera, sacamo la mesa al patio y ya está. Después de todo, nadie cocina como vos. ¿Ta' claro?".