Esa noche vi su cara. Ya lo conocía, pero esa noche lo entendí.
Era un rostro con una sonrisa franca que no podía evitar. Quizás
hubiera preferido que la felicidad no se le notara, pero era imposible
esconder lo que sentía. La ilusión es imposible de ocultar.
Se nota a lo lejos, no se disimula.
Los dientes apenas encimados y blancos y, sobre la boca, una nariz que
respiraba todo el aire fresco y de lluvia.
El pelo revuelto, mojado y claro, con la frente descubierta.
La camisa abierta y la piel blanca.
Más arriba, justo donde los pensamientos se dejan ver, dos ojos
claros, rasgados y cubiertos apenas por las cejas limpias y separadas.
Y en esos ojos, una mirada.
Esos ojos que te miraban y te dejaban ver.
Te miraba fijo y creo que hubiera deseado no dejar de mirarte en toda
la noche. Esperaba, tal vez, otra mirada tuya, pero no sé si
ocurrió.
En esos ojos había una historia y el deseo de un futuro.
Y aunque no lo notaste, todo su cuerpo se transformó en un corazón
que latía fuerte.
¿Tenés idea de lo que es que su cuerpo se haya convertido
en todo corazón? ¿Que la sangre corra en la única
dirección en la que el corazón elige? ¿Que la piel
se haya abierto, aunque sea por un segundo, hasta dejar expuesto lo
más íntimo y único que una persona puede ofrecer?
Era como si hubiera esperado ese momento por mucho tiempo.
En los ojos se le notaba esa extraña mezcla de ansiedad, alegría
y miedo.
Seguramente le asustaba que todo durara tan poco porque esos instantes
de felicidad son como la lluvia que los unió esa noche: intensa
y breve.
Y como los miedos se confirman, sucedió.
Y ese corazón se partió en dos, como si se transformara
en dos ojos cerrados que se llevaron la foto de ese instante para no
dejarla escapar.
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