Impertinente
como siempre, diciembre se presentó sin pedir permiso y arrastrando
con él un vagón de sentimientos, expectativas y decepciones.
La última hoja del almanaque es una reflexión única,
un balance que puede arrojar los más variados resultados. En
rojo o en verde, según la suerte de cada uno, marca lo que hicimos
y lo que no pudimos hacer: las batallas ganadas y las guerras perdidas;
los borradores desechados y las palabras triunfalmente escritas.
Desde lo más íntimo hasta lo más formal, todo cae
como una catarata de sucesos y nos obliga a medir los tiempos que se
acaban y el año que se inicia.
Es casi como una pequeña muerte porque las imágenes más
importantes del año pasan a gran velocidad por nuestra cabeza.
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No
es casualidad que el 28 de ese mes sea recordado el Día de los
Santos Inocentes porque, más allá de una fecha de connotación
religiosa e histórica, nos recuerda que aún podemos engañarnos
y creer que el período que termina fue exitoso y que el que se
inicia lo será aún más.
Qué nos quedó pendiente? Una cuestión familiar,
un encuentro con ese amigo con el que nos peleamos y no nos acordamos
ni por qué, una mejora laboral, ese trabajo en casa para el que
nunca hubo un fin de semana propicio, una salida deseada y nunca concretada
por un abanico infinito de excusas, un libro que pasó a ser parte
de la mesa de luz?
Dejar de fumar, comenzar - y continuar - una dieta, un chequeo general,
el gimnasio o el partido de fútbol siempre pospuesto son otras
de las tantas cosas con fecha de vencimiento tachada y vuelta a escribir
tantas veces como momentos de sinceridad nos faltaron.
Como si esto fuera poco, todas estas cuestiones se plantean en medio
de un cansancio agotador, cuando las energías, como una batería
de celular, comienzan a agotarse.
Y si buscamos condimentos para esta situación, no olvidemos las
famosas despedidas del año y las tradicionales fiestas que nos
obligan a reunirnos con amigos y familiares a los que, quizás,
no frecuentamos a diario.
Ellos se encargarán de obligarnos a realizar el maldito balance.
Nunca faltará quien nos pregunte por el trabajo, por la pareja
o por la ausencia de ella, por los hijos que aún no llegan o
por todos los que llegaron o por los kilos que logramos acumular en
12 meses.
Diciembre es un tango que se canta en medio de un sinfín de brindis.
La noche del 31 es un momento en que nos sentimos poderosos, estamos
henchidos de metas y propósitos, respiramos ambiciosamente una
serie de proyectos que estamos seguros de cumplir. Pero la realidad
indica que tenemos más deseos que propósitos. Y ahí
está la diferencia.
El trillado "Año Nuevo, Vida Nueva" pasó a la
inmortalidad en una de esas noches en las que esperamos que, al despertar,
el día siguiente el mundo sea distinto.
Y ahí está la trampa.
La prueba está en lo atemporal de estas líneas. Pueden
ser leídas a fines del 2011 o a fines del 2012 y tendrán
el mismo significado. Es más: podrían haber sido escritas
en 1990 o en 1980 y la historia es la misma.
Y llega la decepción. Tan inevitable como el propio diciembre.
Busco palabras de aliento, frases positivas, pensamientos metafísicos
que me permitan superar esta realidad pero no los encuentro.
Sin embargo, hay algo que aún me sostiene: creo firmemente en
que la vida no es un conjunto de metas sino una serie de caminos hacia
esos objetivos. Y quien no llega, por lo menos aprende.
Cuenta una fábula,
que una vez un águila quiso subir a una alta cima. Para eso,
agitó sus alas y, después de gran esfuerzo, pudo ver alcanzada
su meta. Al llegar a la cima, el águila se sorprendió
al ver en la parte más alta a un gusano. Su orgullo se sintió
herido y preguntó: ¿Gusano: Cómo llegaste hasta
aquí?. El gusano respondió: arrastrándome, doña
Águila, arrastrándome.
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