A mis cuarenta y cinco años cumplidos, un poco tarde quizás,
decidí aplicar el famoso derecho de admisión a mi vida.
No quiero
echar a nadie, no pretendo deshacerme de los afectos que hasta ahora
cultivé; pero sí quiero respetar mi derecho a elegir quién
traspasa ese portón verde de mi casa y quién me acompañe,
de ahora en más, en los tiempos que se vienen.
Soy incapaz
de cerrar la puerta en la cara de quien sea, lo sé. Por eso,
mi táctica será abrirla de par en par a quien yo quiera.
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Bienvenidos
los que todavía tienen una cuota de inocencia y creen y confían
en los demás hasta comprobar que no lo merecían. Y, aún
así, están dispuestos a dar una segunda oportunidad.
Bienvenidos los que se entusiasman con ideas propias o ajenas, que están
en combustión permanente porque para vivir hay que tener ganas.
Bienvenidos los que quieren trabajar porque saben que es la única
forma de ser dignos,
Bienvenidos los que creen que la educación se transmite, fundamentalmente,
con el ejemplo porque mañana nuestros hijos serán el espejo
de nosotros mismos.
Bienvenidos los que son consecuentes con sus creencias y no se quiebran
ante la primera presión que los demás ejercen.
Bienvenidos los que disfrutan del silencio y la oscuridad cuando no
hay nada para decir ni nada para ver.
Bienvenidos los que pueden escuchar porque ese es el primer paso para
poder hablar.
Bienvenidos los que quieren compartir y no se repliegan en sí
mismos.
Bienvenidos los que pueden querer con todas sus fuerzas y creen que
todavía pueden querer más.
Bienvenidos a los que abrazan y no pueden evitar hacerle una caricia
a los que aman.
Bienvenidos a los que se enojan, se enfurecen, gritan y patalean ante
una injusticia y, aún así, creen en la justicia.
Bienvenidos a los que creen en Dios pero no se conforman con eso sino
que salen a buscarlo en los demás.
Bienvenidos los que se conmueven con un recuerdo, una película,
una foto, una canción, un libro.
Bienvenidos los que no creen en los grandes discursos y en las mentiras.
Bienvenidos a los que pueden ponerse en el lugar de los demás;
pueden entender a un hombre de ochenta años, a un adolescente
o a un niño.
Bienvenidos a los que acompañan el crecimiento de sus hijos y
no olvidan jamás que, alguna vez y hace mucho tiempo, también
fueron hijos.
Bienvenidos los que acompañan la vejez de sus padres, no critican
sus achaques y los quieren con la paciencia del que sabe que también
llegará a esa etapa de la vida.
Bienvenidos los que se ríen y se vuelven a reír.
Bienvenidos los que cantan cuando deben enfrentar una situación
difícil.
Bienvenidos los que no confían en la suerte sino en el esfuerzo.
Bienvenidos los que no piden permiso pero pueden pedir perdón.
Bienvenidos los que no se rinden.
Bienvenidos todos aquellos que pueden traer una pequeña cuota
de todo esto que enumeré y hoy quisiera tener.
Para todos
lo demás, la casa se reserva el derecho de admisión.
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