Casi cuarenta
y cinco años de comidas familiares y sobremesas nos convirtieron
a mis hermanos y a mí en testigos de las más variadas
anécdotas y discusiones.
Desde graciosos recuerdos hasta duras recriminaciones, pasando por dudosas
historias e insólitas peleas; todo fue quedando grabado en nuestras
cabezas y hoy, se convirtieron en temas de nuestras propias sobremesas,
siempre alborotadas por las risas y los comentarios.
Imposible dar demasiados detalles sin ofender el sentimiento de sus
protagonistas. Porque cualquier relato "objetivo" se convertirá
en "subjetivo" ante los ojos de quien lo lea y podría
desencadenar un sinfín de nuevas sobremesas.
La nariz rota por una bicicleta, la sartén estrellada en la cabeza,
la habitación grande y la habitación chica, las preferencias
paternas y otras tantas circunstancias fueron relatadas varias veces
ante mí.
Pero de todas las discusiones, la más insólita fue, quizás,
la del postre.
Contaban los personajes que, cuando eran niños aún, ante
un plato de postre, uno dejaba lo mejor para el final mientras que el
otro comenzaba justamente por esa parte.
En un plato, la crema, el dulce o la frutilla descansaban a un lado
hasta que el comensal dispusiera su estómago y su espíritu
para el supremo disfrute.
En el otro, los ingredientes más deseables desaparecían
de inmediato.
Hasta aquí podrá decir que no estoy más que describiendo
una forma de disfrutar de la comida.
Pero lo interesante de esta discusión llegaba cuando cada uno
explicaba las razones de sus preferencias.
Uno contaba que prefería comer en primera instancia la parte
del postre que no le resultaba tan atractiva a su paladar y disfrutar
de lo más rico cuando ya esa etapa había sido superada.
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El otro
explicaba que se lanzaba sobre lo más exquisito por miedo a que
cualquier circunstancia interrumpiera su comida y lo obligara a dejar
abandonado ese sabor tan valorado.
Como si con esto no alcanzara para interpretar, también, una
forma de ver la vida, los relatos concluyen cuando quien había
saboreado ya la frutilla del postre, en una veloz maniobra, hundía
su tenedor en la frutilla que aguardaba su destino al borde del plato
del otro.
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