Escenarios

Juliana Ruiz emocionó
en su incursión por el tango


Conmovió a la platea en lo más profundo de su sensibilidad.

Hubo mocos y hubo lágrimas entre el público durante el espectáculo de Juliana Ruiz en Picadillo Circo, el pasado jueves 25. Estamos diciendo que hubo emociones por doquier liberadas sobre el escenario porteño entre cantante y músicos y que serpentearon entre las mesas aflorando en la mirada de quienes habían ido sólo a escuchar además de disfrutar.

Es que esta Juliana que viene deleitando con lo mejor del jazz (Gershwin y Porter, sus autores preferidos), y que supo amenizar con Spinetta, Fito, Virus y otras yerbas aderezadas con su producción propia, sorprendió a sus habitués con un show de tangos interpretados como nunca se había visto.


Juliana Ruiz. Tango con sentimiento.


La Juliana Ruiz que pudimos ver y escuchar está lejos de la estampa estereotipada de la mujer tanguera: Tita Merello, Adriana Varela, Virginia Luque, la Tana Rinaldi, María Graña, Amelita Baltar. Como Malena, en cada verso la Ruiz pone su corazón. El sentimiento que transmite sólo lo hemos visto, tal vez y aún con la diferencia de estilos, en la Negra Sosa. Y encima, ella le agrega el fraseo del Polaco Goyeneche.

En cada interpretación Juliana encarna al protagonista de la descarnada historia que relata cada letra que canta. Sufre el desengaño, llora literalmente el amor perdido, le canta realmente a su hija Luna cuando interpreta Pequeña, revive todos y cada uno de los momentos de su vida que la vinculan con cada tema, y hace al espectador revivir los propios.

Pasa de colocar su voz en lo más alto de la sala para expresar un reproche, a un tono intimista en posición de cuclillas casi fetal cuando el dolor derrota al personaje del tango. O queda unos segundos de espaldas al público, en el fondo del escenario, mascullando su soledad. Juliana mira el vacío, se toma la cabeza, se muerde los labios antes de lanzar la queja al amor ausente. Y uno puede ver realmente un candado de dolor cerrándole el corazón y sentirlo casi como propio cuando entona Nada.

Pocas veces hemos visto y sentido interpretaciones musicales tan vividas; a un pianista desplomarse en el extremo del teclado ante la tremendidad del momento descripto en una escala descendente. José Luercho dibuja con su cuerpo sobre el teclado como el mejor bailarín lo hace con el suyo sobre el escenario. Y así nos regaló sus solos de A media luz y La Cumparsita. Y el dúo que forma con Juliana es ya de eficiencia probada en no pocos géneros musicales.

Un condimento insustituible fue el de Nicolás Olivera, acompañando a la cantante en la versión de El último café que grabó para Desvelo, el último disco del guitarrista y Federico Marrale.

El intérprete calvo acaricia el cordal con la misma dulzura con que la vocalista desgrana las estrofas del tango.
"¿Qué tendrá el tango -dijo Juliana entre un tema y otro- que a medida que nos ponemos grandes empieza a gustarnos?". ¿Qué tendrá esta música porteña -agregamos- que llega de igual modo al corazón de los argentinos, los franceses, los norteamericanos, los alemanes, los escandinavos o los japoneses?

Su interpretación de El día que me quieras no tuvo nada que envidiarle a la mejor escuchada hasta ahora. Ni qué decir de Uno, Cuando tú no estás, Afiches, Nostalgias, Chiquilín de Bachín, Garganta con arena, o su homenaje a Eladia Blázquez en Honrar la Vida y Contra viento y marea.

"El que no arriesga, no gana", dijo la cantante al referirse a su incursión en el 2x4. Puede quedarse tranquila. Ganó por goleada.