Mis padres, Wenceslao Paunero y María Laura Hughes de Paunero,
eligieron vivir en City Bell en el año 1942, cuando era un pueblo
joven con pocas casas y calles de barro. Contaba mi madre que desde Pellegrini
y 3 (lugar donde hicieron su casa), veían bajar a mis abuelos del
tren. Venían desde Montevideo y juntos todos corríamos a
recibirlos.
Soy de City Bell
y puedo decirlo con orgullo. Nací en mi casa, pues había
tanto barro que la ambulancia no pudo llegar. Soy la séptima
de diez hermanos, me crié con mucho amor en un hermoso lugar.
Allí había una sola enfermera y un solo medico, (cabe
nombrarlo al doctor Trebino, por supuesto), y casi todos los chicos
íbamos a la "12"con los guardapolvos almidonados y
volvíamos llenos de barro.
Todos los días
pasaba el lechero a dejarnos dos o tres litros de leche; también
venían el panadero, el verdulero, el pescador, el afilador y
hasta el colchonero que nos rehacía los colchones, más
o menos una vez al año.
Tuve una infancia
maravillosa. Todos jugábamos juntos: hermanos, algunos primos,
amigos y vecinos, arriba de los árboles, a la bolita, las figuritas,
la ronda, la mancha, saltar a la cuerda, la rayuela y un sin fin de
juegos, todos en la calle, sin problemas
éramos felices.
En los carnavales
no nos alcanzaban los baldes y jarras para mojarnos entre nosotros o
empapar a algún vecino que pasaba distraído. Compartíamos
todo y cuando nos faltaba algo, algún comestible o lo que fuere,
tranquilamente se lo pedíamos al vecino, y él por supuesto
a nosotros.
Como éramos
pocos los que teníamos teléfono, recuerdo haberle gritado
a mi vecina: "¡¡¡¡¡Señora!!!!!
¡¡¡¡La llaman por teléfono!!!! Y también
salir de noche, con la linterna, a avisarle a algún vecino que
su hija o hijo iba a llegar tarde. A veces tardábamos hasta 48
horas en lograr comunicarnos con nuestros familiares, sobre todo para
las Fiestas.
Soy de la época
en que se llevaba al almacén una libreta, y así, sin firmar
nada, se anotaban los gastos con la simple promesa de que pagarían
los primeros días del mes. No recuerdo nunca una casa con llave,
era todo diferente, más simple, más auténtico.
Recuerdo a mi padre
ir los sábados con su máquina de dar cine, al oratorio
de la iglesia y proyectar películas de cine mudo a todos los
chicos que fueran. A veces se cortaba la película (digamos ¡¡casi
siempre!!) pero de cualquier manera, el sólo hecho de estar juntos
lo hacía divertido.
Soy de la época
en que muchos teníamos quinta y animales y a cada uno le poníamos
un nombre. Cómo no estar orgullosa si crecí con mi pueblo,
aunque ahora ya no es el mismo: el "Pueblo unido", "Pueblo
familia", "Pueblo hermanos"; igualmente soy optimista,
espero un cambio, pues, aún conserva su magia y gran encanto
y quiero rescatarlo.
Es el lugar que
elijo todos los días, quiero seguir viendo crecer a mis hijos
y a mis nietos.
City Bell es mi lugar, mi casa, mi gente, lo amo y aquí me planto.
Es mi lugar y quiero seguir disfrutándolo, continuar con todo
lo mío, ser inmensamente feliz, ¡¡¡¡hasta
dar aquí mis últimos pasos!!!
|