El aula virtual
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Escribe
Fernando Arias España
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Le llamó
la atención un pizarrón verde colgado en la pared. Ese
elemento hacía muchísimos años que ya no se utilizaba,
sólo quedaba alguno en algún museo. Se acercó y
comprobó que no era de madera (elemento muy escaso en estas épocas),
sino de un polímero similar al plástico. Aparentemente
se utilizaba para escribir en él signos y dibujos desde un lugar
remoto. Había oído hablar de pizarrones/pantallas que
los alumnos manejaban desde sus bancos mediante un ordenador portátil.
Las clases en ese entonces eran con profesor. Luego todo ese sistema
se transformó en obsoleto con la nueva generación de boxes
virtuales, que devino al final en los de novísima generación
que Antoine utilizaba ahora. |
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La
pizarra pantalla tenía en su borde superior un área táctil
perfectamente delimitada, era un rectángulo sensible en el cual
descubrió que, apoyando el dedo, se podían dibujar letras
o signos. Estuvo así dibujando caritas y rayas. ¡Cuánto hacía que no lo hacía! Los sistemas de escritura tradicionales y antiguos habían dejado paso al nuevo Sistema de Sensaciones y Emisiones Virtuales instaurado por el Comando General de Educación. Los alumnos casi no escribían; no era necesario. |
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Comenzó a dibujar números, puso la fecha del día (era 9 de marzo) y copió el número 1811 del número de serie de su ánorak. Le costó dibujar los números por la falta de costumbre. De pronto sintió que su dedo se hundía en la pizarra, como si ésta fuera de agua. No sólo su dedo, sino que terminó pasando su brazo entero. No tardó en pasar su hombro derecho e inconscientemente acercó su rostro también y hundió la punta de su nariz en la pizarra. Le causó gracia y cosquillas. Quiso salir pero fue imposible, cada movimiento no hacía más que introducirlo sin escapatoria. De pronto sintió un fuerte estallido lumínico y de golpe la oscuridad absoluta. Luego sintió un vahído atroz; cerró los ojos y se dejó llevar sin remedio en una caída sin fin. Cuando abrió los ojos se encontró a la vera de un río. Inmediatamente percibió un olor picante y dulzón y columnas de humo negro que se elevaban aquí y allá. Quiso incorporarse pero algo le atrapaba la pierna. Era la pierna de una persona tirada al lado de él, con un uniforme militar similar al que recordaba haber visto en aquellas clases de Historia Antigua. Inmediatamente vio gente correr vistiendo los mismos uniformes, iban blandiendo espadas y gritando. Atrás de ellos un joven casi de su misma edad vociferaba órdenes. Cuando lo vio, le gritó "¡Soldado, vístase! ¿Qué hace así, en ropa interior?". Antoine creyó reconocer en aquel mandante al compañero de escuela del que no se sabía nada hacía dos días. Se vistió como pudo con el uniforme del caído a su lado y corrió como todos. El griterío era infernal ese 9 de marzo de 1811 a orillas del río Tacuarí, en lo que era hasta el año 2200 fue la República del Paraguay, antes de la unión universal de fronteras. Corrió mirando al cielo, tratando de divisar alguna Luz Guía que le permitiese regresar a su época. Tropezó varias veces cayendo en los pozos que la metralla dejaba, De pronto pateó algo cilíndrico; era un tambor, lo asoció inmediatamente con un objeto de su infancia. Antoine pensó que batiéndolo sin cesar podría llamar la atención de las Luces Guía, ya que de otra manera sería imposible debido al ruido y estruendos que producían unas armas arcaicas, el griterío de voces y el relinchar de caballos. Lo batió sin cesar yendo, viviendo y mirando siempre al cielo, tratando de divisar alguna Luz Guía. "¡Siga batiendo ese tambor, joven Antonio Ríos!", le gritó a modo de orden un jinete con uniforme lleno de charreteras y sombrero falucho. Estuvo así un largo rato mientras sus compañeros seguían entusiasmados su batir como si él mismo, con ese sonido, les insuflara valor y arrojo, cosa que así sucedía realmente ya que lo animaban continuamente. Vio que un grupo de soldados con otro color de uniforme huían o se entregaban rendidos. Antoine no dejaba de batir ni un solo momento su tambor. De pronto sintió un golpe seco en la cabeza y un súbito sabor a sangre en su boca. Su última sensación fue la de caerse dentro de la negra boca de un pozo abierto por la bala de cañón. De nuevo la oscuridad absoluta y la falta de sonidos, otra vez ese vahído insoportable pero esta vez en lugar de caer se sintió atraído hacia arriba con fuerza inusitada. Encontraron a Antoine esa misma noche, gracias a una unidad UAL (Unidad Automática de Limpieza) que junto con una unidad USE (Unidad de Seguridad Escolar) detectaron una presencia humana en horarios no correspondientes. Se disparó la alarma y en santiamén fueron a buscarlo. Estaba tirando al lado del pizarrón y con un hilo de sangre que manaba de su cabeza. Inmediatamente lo trasladaron al Complejo Sanitario de Recuperación Automática. Todo en el máximo secreto y rapidez. Yo sé esta historia porque el mismo Antoine me la refirió antes de ser confinado a la 5ta Región Antártica y de haber sido reprogramado su DIH para uso gastronómico. De esto hace ya como 30 años. |
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