Cuarto de huéspedes
El aula virtual
Escribe Fernando Arias España


Un amigo lector nos acerca un cuento de ciencia ficción.



Contaré una historia de la cual nadie sabe y que me llegó de boca de su actor principal: Antoine.
Corría el año 2311 y era el 9 de marzo. Ese día Antoine fue al colegio como todos los días, cursaba el último año del ciclo XP05, tenía 16 años y debido a sus magníficas calificaciones, era un alumno sobresaliente; lo habían propuesto como ayudante en el Gabinete de Hologramas del Laboratorio de Dimensiones Experimentales. El colegio era estatal y como todos ellos formaba parte de la Red Intercolegial Virtual, inaugurada con pompas en el año 2301 como Logro Educativo Nacional del Siglo 24.

Le habían asignado un nuevo modelo de box de enseñanza, lo había dejado vacante un alumno hacía dos días, el cual sin causa aparente no apareció más. Esta circunstancia últimamente era muy común y ya no llamaba tanto la atención. Eran veinte alumnos, cada uno en su box. Dentro de él un cómodo sillón ergonométrico se ajustaba cálidamente al cuerpo, sin apretar. Un conjunto de sensores distribuidos permitían captar las sensaciones corporales y emocionales y transmitirlas a un Puesto Central de Instrucción. Por intermedio del DIH (Dispositivo Intra-Hipotálamico), un Comando General Educación introducía directamente el Programa Educativo a través del organismo del alumno.
Este box era flamante y formaba parte de un lote de diez recientemente incorporados. Provisoriamente habían habilitado su acceso mediante un código temporario, que casualmente -¡vaya error involuntario!- era similar al que habilitaba el ingreso del Gabinete de Hologramas. Él se había enterado por pura casualidad cuando una vez acercó su rostro al Área de Apertura de la puerta y el chip de su ánorak habilitó su ingreso, pero no se atrevió a ingresar. Pensó entonces que su anterior ocupante también conocería esta falencia pero que quizás no se habría aprovechado de esa circunstancia.

Antoine concluyó rápido su instrucción en el aula virtual; más bien terminó apurado, pues no la pasó tan bien. La clase consistía en Historia Antigua; aún le dolían los músculos de las piernas y estaba transpirado. Lo habían proyectado a unos sucesos revolucionarios del año 1955. Se había asustado y no hizo más que correr mirando al cielo a las Luces de Guía. Las Luces de Guía vigilaban el proceso de transporte temporal y eran el único vínculo que permitía el regreso al año 2311. Era indispensable, entonces, no perderlas nunca de vista.
Salió del box desconectando del sillón su blanco overol sensible, una especie de ánorak autotérmico lleno de sensores que a su vez tenía adherido un "chip-key" en el cuello. El chip le permitía el ingreso no sólo a la escuela sino a todos los sitios prefijados para la instrucción de ese día. Esta clave se cambiaba todos los días y era la misma para cada día de la semana.
Al salir por el pasillo pasó por delante de la puerta del Gabinete de Hologramas. Pasar y tentarse a acercarse a la puerta fue instantáneo. Estaba solo y tal vez sería su única oportunidad. La puerta se abrió mansamente luego de habilitar su ingreso y se cerró suave tras él. Una luz tenue se encendió automáticamente, una luz que no salía de ninguna lámpara, sino que surgía en el mismo ambiente, omnipresente, iluminando todo y sin proyectar sombras.

Le llamó la atención un pizarrón verde colgado en la pared. Ese elemento hacía muchísimos años que ya no se utilizaba, sólo quedaba alguno en algún museo. Se acercó y comprobó que no era de madera (elemento muy escaso en estas épocas), sino de un polímero similar al plástico. Aparentemente se utilizaba para escribir en él signos y dibujos desde un lugar remoto. Había oído hablar de pizarrones/pantallas que los alumnos manejaban desde sus bancos mediante un ordenador portátil. Las clases en ese entonces eran con profesor. Luego todo ese sistema se transformó en obsoleto con la nueva generación de boxes virtuales, que devino al final en los de novísima generación que Antoine utilizaba ahora.

La pizarra pantalla tenía en su borde superior un área táctil perfectamente delimitada, era un rectángulo sensible en el cual descubrió que, apoyando el dedo, se podían dibujar letras o signos.
Estuvo así dibujando caritas y rayas. ¡Cuánto hacía que no lo hacía! Los sistemas de escritura tradicionales y antiguos habían dejado paso al nuevo Sistema de Sensaciones y Emisiones Virtuales instaurado por el Comando General de Educación. Los alumnos casi no escribían; no era necesario.

Comenzó a dibujar números, puso la fecha del día (era 9 de marzo) y copió el número 1811 del número de serie de su ánorak. Le costó dibujar los números por la falta de costumbre.
De pronto sintió que su dedo se hundía en la pizarra, como si ésta fuera de agua. No sólo su dedo, sino que terminó pasando su brazo entero. No tardó en pasar su hombro derecho e inconscientemente acercó su rostro también y hundió la punta de su nariz en la pizarra. Le causó gracia y cosquillas. Quiso salir pero fue imposible, cada movimiento no hacía más que introducirlo sin escapatoria. De pronto sintió un fuerte estallido lumínico y de golpe la oscuridad absoluta. Luego sintió un vahído atroz; cerró los ojos y se dejó llevar sin remedio en una caída sin fin.

Cuando abrió los ojos se encontró a la vera de un río. Inmediatamente percibió un olor picante y dulzón y columnas de humo negro que se elevaban aquí y allá. Quiso incorporarse pero algo le atrapaba la pierna. Era la pierna de una persona tirada al lado de él, con un uniforme militar similar al que recordaba haber visto en aquellas clases de Historia Antigua. Inmediatamente vio gente correr vistiendo los mismos uniformes, iban blandiendo espadas y gritando. Atrás de ellos un joven casi de su misma edad vociferaba órdenes. Cuando lo vio, le gritó "¡Soldado, vístase! ¿Qué hace así, en ropa interior?". Antoine creyó reconocer en aquel mandante al compañero de escuela del que no se sabía nada hacía dos días.
Se vistió como pudo con el uniforme del caído a su lado y corrió como todos. El griterío era infernal ese 9 de marzo de 1811 a orillas del río Tacuarí, en lo que era hasta el año 2200 fue la República del Paraguay, antes de la unión universal de fronteras. Corrió mirando al cielo, tratando de divisar alguna Luz Guía que le permitiese regresar a su época. Tropezó varias veces cayendo en los pozos que la metralla dejaba, De pronto pateó algo cilíndrico; era un tambor, lo asoció inmediatamente con un objeto de su infancia. Antoine pensó que batiéndolo sin cesar podría llamar la atención de las Luces Guía, ya que de otra manera sería imposible debido al ruido y estruendos que producían unas armas arcaicas, el griterío de voces y el relinchar de caballos. Lo batió sin cesar yendo, viviendo y mirando siempre al cielo, tratando de divisar alguna Luz Guía.

"¡Siga batiendo ese tambor, joven Antonio Ríos!", le gritó a modo de orden un jinete con uniforme lleno de charreteras y sombrero falucho.
Estuvo así un largo rato mientras sus compañeros seguían entusiasmados su batir como si él mismo, con ese sonido, les insuflara valor y arrojo, cosa que así sucedía realmente ya que lo animaban continuamente.

Vio que un grupo de soldados con otro color de uniforme huían o se entregaban rendidos. Antoine no dejaba de batir ni un solo momento su tambor.
De pronto sintió un golpe seco en la cabeza y un súbito sabor a sangre en su boca. Su última sensación fue la de caerse dentro de la negra boca de un pozo abierto por la bala de cañón. De nuevo la oscuridad absoluta y la falta de sonidos, otra vez ese vahído insoportable pero esta vez en lugar de caer se sintió atraído hacia arriba con fuerza inusitada.
Encontraron a Antoine esa misma noche, gracias a una unidad UAL (Unidad Automática de Limpieza) que junto con una unidad USE (Unidad de Seguridad Escolar) detectaron una presencia humana en horarios no correspondientes. Se disparó la alarma y en santiamén fueron a buscarlo.

Estaba tirando al lado del pizarrón y con un hilo de sangre que manaba de su cabeza. Inmediatamente lo trasladaron al Complejo Sanitario de Recuperación Automática. Todo en el máximo secreto y rapidez.
Yo sé esta historia porque el mismo Antoine me la refirió antes de ser confinado a la 5ta Región Antártica y de haber sido reprogramado su DIH para uso gastronómico. De esto hace ya como 30 años.