Cuarto de huéspedes
City Bell
Escribe Gustavo Caso Rosendi

 


El verano se vestía con los olores de los yuyos.

De los cardos colgaba el atardecer como una guirnalda triste, mientras la rana del zanjón contaba sus renacuajos (era demasiado tarde, porque ya uno de sus ojos negros con cola se movía en el agua sucia de aquel frasco). Y le poníamos pastito y le poníamos arena y le poníamos una araña que habíamos encontrado en una margarita. Y la araña tejía su antiguo ardid en el agua como un viejo en el mar queriendo pescar un sueño inmenso. Tejía y remaba y volvía a tejer hasta que se ahogaba, mientras el renacuajo andaba por ahí, sin entender demasiado.


La noche comenzaba a caer sobre nuestros hombros. Y en el campito las luciérnagas imitaban lo que había en el cielo. Se prendían y apagaban infinitas, entre la ruda, entre la brisa y el grillo, sacudiéndonos el pecho. Y sacábamos otro frasquito de la casa, para cazar las estrellas que teníamos a mano, para contemplarlas cómo caminaban por el vidrio, cómo se prendían y apagaban, tan lejanas y encerradas.

Las camisetas blancas habían enverdecido de revuelco y la pelota descansaba hacía ya mucho en algún lugar del alambrado. Y no sé por qué tengo de nuevo aquel frasco entre mis manos, con un poco de agua sucia y algo de arena y un pastito, ahora que es de noche y te espero, como queriendo atrapar una carcajada pequeña. Como queriéndote ver, Alegría, al fin otra vez por este barrio.