Fue
piloto de aviones e inspector de vuelo durante más de cuarenta
años. Pero desde los diez se dedica al ferromodelismo: el hobby
de fabricar y coleccionar trenes eléctricos en escala. Tiene
setenta locomotoras, un sinnúmero de vagones y la pasión
de los chicos abocada a sus juguetes.
Tendría
unos diez años Aldo Illesca cuando se interesó por primera
vez por un tren. Su padre le había enseñado los rudimentos
típicos que se le suele enseñar a los hijos varones: martillar,
cortar hojalata, soldar con estaño... y con ellos y un poco de
imaginación, fue pergeñando la que fue su primera locomotora
de juguete. "De las latas de conserva cortaba las ruedas, aprovechando
el borde que tienen para que fueran la pestaña que hace que el
tren se mantenga sobre el riel. La caldera podía ser una vieja
máquina de flit, y con hojalata recortada y soldada iba haciendo
el resto. Los rieles eran dos alambres perfectamente derechos clavados
en la tierra del jardín de mi mamá", rememora sesenta
años después de aquella ópera prima. Se trataba
de una máquina de unos cuarenta centímetros de largo que
él se entretenía empujándola ya que no tenía
tracción propia. Acabó en manos de un amigo en Rosario,
y nunca pudo recuperarla.
Setenta vagones
"El hobby en sí era no sólo jugar. Dentro de lo que
es el hobby está la parte manual, la que uno trabaja para hacerlo
a escala, exactamente igual al modelo original. Hoy, el ferromodelismo
es comprar las partes y armarlo, pero todo viene importado", remarca.
Illesca guarda con celo su preciosa colección con setenta réplicas
exactas de las más diversas locomotoras, un sinnúmero
de vagones y accesorios y una extensión en rieles que él
mismo reconoce ignorar.
No todo han sido trenes en la vida de don Aldo. Durante casi cincuenta
años fue aviador y de esa profesión conserva una réplica
telecomandada que, esporádicamente, hace volar con la concentración
de quien tripula un Jumbo. Fue construida por él mismo y hasta
la gorra de cuero y las antiparras del piloto son obra suya. Ha hecho
muchos amigos en el mundillo de los pilotos y uno de sus trofeos es
una hélice de un avión Cessna que le enviaron como reconocimiento
desde Bella Vista, en la provincia de Corrientes.
Romance con el cielo
"He volado casi cincuenta años como piloto civil y en la
Fuerza Aérea fui inspector de vuelo de aviadores civiles. He
volado todos los aviones tomando exámenes tanto de día
como de noche", dice, para agregar que a menudo en sus vuelos su
esposa Elsa fue una compañía infaltable. "Ella me
acompañó siempre, hemos ido a distintos lugares y ella
llevaba hasta los salamines y el mate para comer y tomar durante el
vuelo". "Volar es hermoso -remarca Elsa-; es como una droga".
Posiblemente el hobby por el ferromodelismo venga de la misma sangre.
"Mis tíos eran maquinistas del antiguo Ferrocarril Central
Argentino (hoy Mitre) y siempre me llamó la atención lo
impresionanrte que era ver una locomotora a vapor. Eran imponentes",
recuerda Aldo no sin entusiasmo.
Un
lugar en la casa.
Al fondo de su casa los Illesca tienen una habitación dedicada
exclusivamente al hobby de los trenes. No fue oportuna la fecha elegida
para la nota, ya que Aldo anda preocupado por modificar el radio de
una curva para que puedan tomarla mejor las locomotoras más grandes.
Eso hace que actualmente el circuito vial no esté cerrado y los
trenes sólo circulen de una punta a la otra de una larga mesa
en forma de "T" y regresen por el mismo camino. Sin embargo,
ello no quita que transiten por un imponente puente de tipo americano
construido en madera por la misma paciente mano de este niño
adulto. A la par de él, otro puente menos imponente del tipo
europeo, que reconoce igual constructor, cruza también un lago
de vidrio rodeado de rocas y vegetación, todo en escala. Dos
estaciones esperan entrar en servicio. Una será para los trenes
de vapor y la otra para los diesel eléctricos, los dos grandes
bandos que conforman la colección. También están
clasificados en americanos y europeos, diferencia que Illesca explica
fácilmente.
"Los americanos necesitaban cubrir grandes trayectos en su territorio,
y para eso idearon grandes máquinas. En la segunda guerra mundial,
para llevar pertrechos desde la costa esta a la oeste, destinados al
frente del Pacífico, fabricaron las locomotoras más grandes
del mundo, articuladas en el medio, y que tiraban hasta 130 vagones.
Los europeos, en cambio, se arreglaban bien con locomotoras más
chicas, ya que tenían ciudades más cercadas unas de otras
para abastecerlos de agua y carbón".
Asignatura pendiente
Hablar del actual ferrocarril argentino es como remover una vieja herida
en el alma de Aldo. Él no comprende que en estos momentos en
que el ferrocarril se está revalorizando en todo el mundo, en
que hay países que construyen trenes tan veloces como para competir
con los aviones en tiempo y comodidad, aquí se sigan levantando
ramales. "El ferrocarril es un invento de la humanidad usado para
desarrollar y engrandecer países. Argentina llegó a ser
el tercer o cuarto país del mundo, con 40 000 kilómetros
de vías férreas. Hoy creo que no tenemos ni la cuarta
parte. Han quedado pueblos fantasmas al costado de la vía, porque
ni las rutas pueden suplir lo que el tren da. La vida era el tren. La
vida en todo el sentido de la palabra, porque transportaba a las personas
y a los alimentos, al ganado, la producción", se indigna.
Europa, dice, está enlazada con ferrocarriles. Una locomotora
de vapor o diesel eléctrica "tiene una vida útil
de cien años, y nosotros las destruimos como chatarra cuando
en China aún utilizan algunos trenes de vapor".
Para Illesca, el tren es además cómodo en todo sentido,
y como prueba de sus dichos vuelve a referirse a la rapidez. "Hace
unos cuarenta años, una locomotora a vapor marcó 210 kilómetros
por hora de velocidad". Aunque las modernas, claro está,
son más rápidas. Acota que un tren de alta velocidad en
Alemania llegó a marcar 500 kilómetros horarios en su
velocímetro, mientras sus tripulantes brindaban sin que el champán
se derramara de sus copas, en tanto la velocidad crucero de estos artefactos
modernos alcanza los 300 sin ningún problema.
Ya en la puerta de su casa, asegura que la aviación ya lo saturó
un poco y que ninguna de sus muchas locomotoras en escala es la preferida,
que a todas quiere por igual. Y su mirada se pierde en uno de los treinta
y tantos vagones de carga del Roca que justo a esa hora de la tarde
se deslizaba con el ronroneo de una locomotora por el ramal que pasa
frente a su casa. Un ronroneo que era una música que sonaba a
violín para él.
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