Conversaciones
Aldo Illesca,
entre alas y rieles


En marzo de 1997 conversábamos con Aldo Illesca, un multifacético
vecino de City Bell. Un paseo por nuestro archivo nos impulsó
a reflotar esta entrevista -realizada por nosotros para
el semanario City Bell-Hechos y Personajes-
a quien pasó su vida entre el ferromodelismo y el pilotaje
profesional de aviones. Illesca, falleció en 2005


Fue piloto de aviones e inspector de vuelo durante más de cuarenta años. Pero desde los diez se dedica al ferromodelismo: el hobby de fabricar y coleccionar trenes eléctricos en escala. Tiene setenta locomotoras, un sinnúmero de vagones y la pasión de los chicos abocada a sus juguetes.
Tendría unos diez años Aldo Illesca cuando se interesó por primera vez por un tren. Su padre le había enseñado los rudimentos típicos que se le suele enseñar a los hijos varones: martillar, cortar hojalata, soldar con estaño... y con ellos y un poco de imaginación, fue pergeñando la que fue su primera locomotora de juguete. "De las latas de conserva cortaba las ruedas, aprovechando el borde que tienen para que fueran la pestaña que hace que el tren se mantenga sobre el riel. La caldera podía ser una vieja máquina de flit, y con hojalata recortada y soldada iba haciendo el resto. Los rieles eran dos alambres perfectamente derechos clavados en la tierra del jardín de mi mamá", rememora sesenta años después de aquella ópera prima. Se trataba de una máquina de unos cuarenta centímetros de largo que él se entretenía empujándola ya que no tenía tracción propia. Acabó en manos de un amigo en Rosario, y nunca pudo recuperarla.

Setenta vagones
"El hobby en sí era no sólo jugar. Dentro de lo que es el hobby está la parte manual, la que uno trabaja para hacerlo a escala, exactamente igual al modelo original. Hoy, el ferromodelismo es comprar las partes y armarlo, pero todo viene importado", remarca.
Illesca guarda con celo su preciosa colección con setenta réplicas exactas de las más diversas locomotoras, un sinnúmero de vagones y accesorios y una extensión en rieles que él mismo reconoce ignorar.
No todo han sido trenes en la vida de don Aldo. Durante casi cincuenta años fue aviador y de esa profesión conserva una réplica telecomandada que, esporádicamente, hace volar con la concentración de quien tripula un Jumbo. Fue construida por él mismo y hasta la gorra de cuero y las antiparras del piloto son obra suya. Ha hecho muchos amigos en el mundillo de los pilotos y uno de sus trofeos es una hélice de un avión Cessna que le enviaron como reconocimiento desde Bella Vista, en la provincia de Corrientes.

Romance con el cielo
"He volado casi cincuenta años como piloto civil y en la Fuerza Aérea fui inspector de vuelo de aviadores civiles. He volado todos los aviones tomando exámenes tanto de día como de noche", dice, para agregar que a menudo en sus vuelos su esposa Elsa fue una compañía infaltable. "Ella me acompañó siempre, hemos ido a distintos lugares y ella llevaba hasta los salamines y el mate para comer y tomar durante el vuelo". "Volar es hermoso -remarca Elsa-; es como una droga".
Posiblemente el hobby por el ferromodelismo venga de la misma sangre. "Mis tíos eran maquinistas del antiguo Ferrocarril Central Argentino (hoy Mitre) y siempre me llamó la atención lo impresionanrte que era ver una locomotora a vapor. Eran imponentes", recuerda Aldo no sin entusiasmo.

Un lugar en la casa.
Al fondo de su casa los Illesca tienen una habitación dedicada exclusivamente al hobby de los trenes. No fue oportuna la fecha elegida para la nota, ya que Aldo anda preocupado por modificar el radio de una curva para que puedan tomarla mejor las locomotoras más grandes. Eso hace que actualmente el circuito vial no esté cerrado y los trenes sólo circulen de una punta a la otra de una larga mesa en forma de "T" y regresen por el mismo camino. Sin embargo, ello no quita que transiten por un imponente puente de tipo americano construido en madera por la misma paciente mano de este niño adulto. A la par de él, otro puente menos imponente del tipo europeo, que reconoce igual constructor, cruza también un lago de vidrio rodeado de rocas y vegetación, todo en escala. Dos estaciones esperan entrar en servicio. Una será para los trenes de vapor y la otra para los diesel eléctricos, los dos grandes bandos que conforman la colección. También están clasificados en americanos y europeos, diferencia que Illesca explica fácilmente.
"Los americanos necesitaban cubrir grandes trayectos en su territorio, y para eso idearon grandes máquinas. En la segunda guerra mundial, para llevar pertrechos desde la costa esta a la oeste, destinados al frente del Pacífico, fabricaron las locomotoras más grandes del mundo, articuladas en el medio, y que tiraban hasta 130 vagones. Los europeos, en cambio, se arreglaban bien con locomotoras más chicas, ya que tenían ciudades más cercadas unas de otras para abastecerlos de agua y carbón".

Asignatura pendiente
Hablar del actual ferrocarril argentino es como remover una vieja herida en el alma de Aldo. Él no comprende que en estos momentos en que el ferrocarril se está revalorizando en todo el mundo, en que hay países que construyen trenes tan veloces como para competir con los aviones en tiempo y comodidad, aquí se sigan levantando ramales. "El ferrocarril es un invento de la humanidad usado para desarrollar y engrandecer países. Argentina llegó a ser el tercer o cuarto país del mundo, con 40 000 kilómetros de vías férreas. Hoy creo que no tenemos ni la cuarta parte. Han quedado pueblos fantasmas al costado de la vía, porque ni las rutas pueden suplir lo que el tren da. La vida era el tren. La vida en todo el sentido de la palabra, porque transportaba a las personas y a los alimentos, al ganado, la producción", se indigna.

Europa, dice, está enlazada con ferrocarriles. Una locomotora de vapor o diesel eléctrica "tiene una vida útil de cien años, y nosotros las destruimos como chatarra cuando en China aún utilizan algunos trenes de vapor".
Para Illesca, el tren es además cómodo en todo sentido, y como prueba de sus dichos vuelve a referirse a la rapidez. "Hace unos cuarenta años, una locomotora a vapor marcó 210 kilómetros por hora de velocidad". Aunque las modernas, claro está, son más rápidas. Acota que un tren de alta velocidad en Alemania llegó a marcar 500 kilómetros horarios en su velocímetro, mientras sus tripulantes brindaban sin que el champán se derramara de sus copas, en tanto la velocidad crucero de estos artefactos modernos alcanza los 300 sin ningún problema.

Ya en la puerta de su casa, asegura que la aviación ya lo saturó un poco y que ninguna de sus muchas locomotoras en escala es la preferida, que a todas quiere por igual. Y su mirada se pierde en uno de los treinta y tantos vagones de carga del Roca que justo a esa hora de la tarde se deslizaba con el ronroneo de una locomotora por el ramal que pasa frente a su casa. Un ronroneo que era una música que sonaba a violín para él.