Sarah Bianchi llega a la entrevista con su cara redonda, ojos color
avellana, translúcidos, tan profundos como la vida de esta artista
que a sus 84 años sigue creando: escribe, fabrica títeres,
actúa, dirige el Museo Argentino del Títere (que fundara
con su compañera Mane Bernardo), recibe a periodistas, curiosos,
visitantes, alumnos, amigos todos en la medida en que entiendan que
el teatro y los títeres resumen su vida.
"Cuando
creamos con Mane el museo del títere siempre quisimos que fuera
una cosa viva, abierto a todos y con vida propia. Que no fuera sólo
exhibición, sino que viviera", explica recién llegada.
Apenas si dejó su cartera y su abrigo y ya se dispuso a responder.
Este teatro-museo es único en Latinoamérica, sin contar
el de México, que además de centrarse en el arte local,
es estatal, mientras el porteño es privado. La visita al museo
es gratis, pero los espectáculos se pagan: "Un arancel tan
chiquito, que es accesible a todos, y con esa pequeña contribución,
con las escuelas que vienen, con los cursos, sobrevivimos. Como es sin
fines de lucro, sobrevivimos" aclara Sarah.
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- Sarah, ¿qué condiciones debe reunir un titiritero?
- Se requiere primero y principal, para seguir adelante, lo que García
Lorca llamaba "el duende". Si no se tiene ese duende que convierte
el muñeco en personaje, es difícil. Técnicamente
se puede aprender. Se enseña, se aprenden las técnicas,
se construye, se interpreta; pero la creatividad, como toda cosa artística,
es fundamental. Y eso, para mí, como decía García
Lorca, es el duende.
- ¿Siempre
el actor fabrica sus propios títeres?
- Hay casos, como el mío, que el actor es fabricante de sus títeres.
Yo hago los títeres de las obras mías, y cuando puedo,
también interpreto. Otros no. Hay muy buenos artesanos que hacen
muy bien los títeres también, y después se los
dan al titiritero. En el teatro de títeres están todas
las artes teatrales: desde el que hace los bocetos de los trajes, las
escenografías, las pelucas, el maquillaje, la figura del personaje.
Todo eso, transpórtelo a los títeres, y es igual.
Lo importante es que los dos están creando personajes. El títere
no es un muñeco. El muñeco es una figura y el títere
es un personaje que tiene un conflicto, una situación, una característica,
una acción dramática. Si no, no es títere.
- ¿Qué
temas son propios del teatro de marionetas?
- Es tan amplio, que la historia que se le ocurra la puede transformar
en una obra titiritera. Puede ser una adaptación, puede ser de
la vida diaria, una tragedia, un drama, de protesta, de todo. Puede
ser para chicos o para adultos. No es que el chico no pueda ver una
obra para adultos. Pero ya sabe que no es creado para la mentalidad
del chico, sino para un mayor.
Me acuerdo un espectáculo nuestro hecho solamente por las manos.
Es decir, la mano, que es el alma del títere, desvestida. Cuando
terminó el espectáculo encontré a un chiquito,
que estaba mirándose las manos y les decía: "yo no
sabía que ustedes también hablaban". La mano le había
transmitido todo.
- ¿A
qué se debe la vigencia del títere en esta época
de tecnología y electrónica?
- El hecho de la obra teatral es vivo, se produce ahí y en ese
momento. Lo está viendo en el momento en que ocurre. El chico
está viendo lo que sucede ahí y es capaz de meterse en
la obra, contestar, decirle algo. Por eso el títere no muere
ni va a morir nunca, porque es un hecho vivo. Incluso le pasa al que
lo interpreta. Puedo ser muy buena titiritera, pero un día estoy
con un dolor en una pierna, me paro mal, y mi interpretación
no va a ser la misma. O me puede pasar un hecho que me perturba: la
muerte de un amigo, lo que sea, y no estoy tan inspirada.
- Pero
usted ha hecho televisión
- Yo he actuado en televisión desde el origen mismo de la televisión
en LR3 Radio Belgrano Televisión (el primitivo canal 7). Lo que
se hacía entonces tenía más relación con
el teatro en cuanto que era en vivo. Era terrible, porque pasaba algo
y no se podía corregir. Ahora estoy juntando libretos de lo que
escribíamos nosotros para las audiciones de televisión.
Voy a empezar a escribir la historia de los primeros años en
la televisión.
- ¿Cómo
fue su infancia? ¿Cuáles eran sus juegos?
- Jugaba a Tarzán de los monos y soñaba con ser trapecista
de circo, entonces me colgaba de las ramas. Mi padre era violinista
y también me llevaba mucho al Colón, a la ópera...
Me encantaba pintar. Terminé siendo artista plástica,
tuve premios. Me gustaba el teatro, hice teatro vocacional, teatro independiente,
me encontré con Mane, que tenía un teatro independiente
y era pintora. Ahí nos enchufamos y empezamos con los títeres
en 1944. Tenía 20 años.
- ¿Cómo
ve el futuro de su carrera?
- Por suerte hay gente joven que se dedica a los títeres. Son
excelentes artistas. Cosa que en la época nuestra, tocábamos
de oído. No teníamos experiencia. Éramos autodidactas
y después nos convertimos en maestros.
Siempre tengo más proyectos de las cosas que ya hice. El proyecto
está por delante. Y el proyecto hay que hacerlo. Eso impulsa
a seguir trabajando.
- Cuénteme
el último de sus proyectos
- Mi títere Lucecita -el primero que construí- escribió
una autobiografía, que tengo que publicar. Se llama "Yo,
Lucecita. Autobiografía de un títere genial". Yo
le taché el "genial". Se enojó porque él
dice que él es genial. Está toda su historia. ¡Y
de mí dice cada cosa!...
- Ah.
Eso suena loco. ¿Cómo se lleva con Lucecita?
- Nos llevamos bien, nos queremos, pero me critica mucho. Dice que soy
cabeza dura, que me llevo las cosas por delante por no mirar... que
soy rabiosa, que protesto, que soy conformista.
- ¿Podemos
pensar en el títere como alter ego de su constructor?
- Algunos dicen que sí, puede ser. Yo no lo sé (sonríe).
Él defiende sus pensamientos; y de lo que yo opine de algunas
cosas...
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