Conversaciones
El abuelo Jorge


Lorna Pamela Bell Chantrill era, hasta el año 2005, una de las nietas
vivientes de Jorge Bell y la única que habitó la Estancia Grande
en sus últimos años, hasta que fuera expropiada por el Estado.
Pocos meses antes de morir nos concedía la siguiente entrevista.


"No necesita viajar hasta Quequén; yo viajo todos los meses a Buenos Aires", fue la respuesta inesperada que el cronista recibió de Lorna cuando, teléfono de por medio, se le propuso un reportaje a la nieta de don Jorge Bell, el legendario estanciero patrón de la Estancia Grande, la que llegó a acumular 45.000 hectáreas dentro del perímetro de sus alambrados.
Nacida el 13 de julio de 1919 -85 años recién cumplidos al momento de realizarse la nota-, Lorna Pamela Bell fue, al parecer, la única sobreviviente de los habitantes de la estancia, en tanto y en cuanto su padre Percival fue quien se quedó con las tierras tras el fallecimiento de don Jorge en 1910 y su esposa Catalina Shaw, en 1926.

Cuna de oro
"Mi bisabuelo tenía seis hijos: cuatro varones y dos mujeres. Las mujeres (Margarita Dunn e Inés Turner Bell) volvieron a Inglaterra, se casaron y murieron allá. Guillermo Enrique, Archivaldo Diego, Jorge Eduardo y Tomás fueron los varones, que se quedaron acá", rompe el hielo la descendiente de Bell, mientras revuelve un café con leche y azúcar en una esquina de Buenos Aires, a metros del hotel donde se hospeda cada vez que viene a la capital a atender sus múltiples asuntos.

La frescura de sus ojos claros que uno adivina azules en su juventud, lo ajustado de su agenda cuando está de paso por Buenos Aires, lo dinámico de su conversación y la pasión que pone al recorrer el árbol genealógico de su familia parecen desmentir que la entrevistada nació allá, en los umbrales de los Años Locos sobre la porteña calle Venezuela 1072, antes de que la avenida 9 de Julio fuera trazada para convertirse en la más ancha del mundo y, a su paso, arrasara no sólo con esa cuadra, sino con la casona victoriana que don Percival y su esposa Alicia Chantrill habían hecho amueblar por Casa Maple, la mueblería inmortalizada por el tango.

De la Rubia Albión a la Pampa criolla
"Mi bisabuelo vino porque era de los hijos menores de mi tatarabuelo. Tenían una fundición de hierro en Glasgow, muy importante; fabricaban elementos agrícolas. Era más o menos 1840. Vino cuando estaba Rosas. Un escribano me dio dos cartas que él le había mandado, donde ponía 'Viva la Santa Federación, mueran los salvajes asquerosos unitarios', con tinta roja, de su puño y letra. No se olvide que Rosas apoyó mucho a los ingleses", cuenta, y agrega la frase del final cuando se le dice que cuesta imaginar a un inglés vivando a la mazorca rosista.

Lorna parece ganar confianza poco a poco y entonces va y viene en el relato de la historia familiar mientras va pellizcando una de las dos medialunas que pidió para acompañar la merienda. Claro, eran las 19:30 horas, un poco tarde para el té inglés de las 5 en punto de la tarde. Y vuelve a hablar de su bisabuelo y sus hijos:
"George Thomas, mi bisabuelo, dejó un testamento que acá no tenía valor, pero en Gran Bretaña sí. Dejó dicho que en caso de que cualquiera de sus descendientes no tuviera hijos al morir, su fortuna se tenía que repartir entre toda la familia. A raíz de ello, cuando muere Margarita, ella le deja sus campos a los nietos de Tomás Bell, que se habían ocupado de cuidarla en su enfermedad. Tenía muchos campos alquilados. La otra hija, Inés, dejó a la mucama, al chofer y al ama de llaves una renta vitalicia. En 1950, ese dinero en Gran Bretaña volvió para acá, para los descendientes. Recibí 100 libras. Lo que se repartió era muchísimo dinero, fíjese que sólo acá éramos catorce, y todos recibimos algo"...


Lorna Bell, durante la entrevista
para el libro "City Bell-Crónica
de la tierra de uno"

George llegó a Argentina con un primo hermano que también se llamaba como él, pero al parecer no se llevaban muy bien. "Por eso hay muchos Bell que son parientes, pero muy lejanos" dice Lorna, y comenta que cuando su bisabuelo organizaba remates de hacienda en su cabaña, ponía en los avisos, de manera destacada "no confundir" al lado de su nombre. Y lo llamaban "no confundir", a modo de chanza.

Mr. Jorge
El relato de su nieta nos acerca algunas referencias sobre Jorge Eduardo Bell, pese a que sólo lo conoció por los relatos familiares: el hombre que le dio nombre al pueblo murió nueve años antes de que ella naciera. "Me dicen que tenía ojos violetas, lindísimos -comenta-. Papá decía que era más bajo que él, y papá medía 1,83. Creo que su padre habrá medido 1,70 o 1,78.
"Mi abuelo muere en 1910 en el campo de Napoleufú, en Tandil. Era rabioso y tartamudo -dice confirmando una tradición oral-. Torcía los cubiertos de plata cuando no le salían las palabras. Yo creo que durante muchos años no se hablaron con mi abuela. Tenía una amiga, la hija de la lavandera, con quien tuvo hijos. Pero papá nunca nos quiso decir quiénes eran; papá sabía. No llevan el apellido Bell porque no fueron reconocidos".

Lo hemos dicho ya en otro capítulo: los Bell eran una familia destacada en el agro argentino. Jorge "había heredado una fortuna, pero además tenía una cabaña muy importante", señala su nieta. Su hermano Tomás Bell -casado con Jessie Shaw fue uno de los fundadores del Jockey Club de Buenos Aires. "También puso capital en el Buenos Aires Herald y fue director" por más de treinta años.

Recuerdos de infancia
Hablar de la estancia Grande en sus últimos años es, para Lorna Pamela Bell, retrotraerse a buena parte de su infancia y sus años de juventud. Recuerda que un señor de apellido Marchetti era el capataz de los últimos años, el cual estaba casado con una señora llamada Pina.

Como si fuera una tradición familiar, el cuidado de los jardines de la estancia era una preocupación permanente. Lorna cuenta que su mamá "tenía un jardinero alemán. Cuando expropiaron la estancia, mamá compró una quinta en Bellavista y llevó al jardinero. Los jardines de la estancia los diseñó un arquitecto paisajista que estaba en la marina inglesa y que lo conocía mi abuelo", afirma, contradiciendo algún dato que señala que Prilidiano Pueyrredón había sido el autor de lo que fue considerado, por muchos, como una verdadera obra de arte.

Lorna Bell dice que sus mayores vivían en la Estancia Chica, desde donde administraron la hacienda hasta 1879 cuando falleció George. Por aquél tiempo, "el casco de la Estancia Grande era una casa baja. La planta alta la hizo construir mi abuelo. Las puertas -dice- eran de una iglesia jesuítica hechas a hacha. Eran dos puertas de dos batientes, con herrajes y todo. Mi mamá las encontró en un galpón y entonces las puso en la casa".

La nieta de Bell evoca ahora a su abuela Catalina Shaw, de quien dice que "debe haber vivido en la luna siempre. Era una mujer alta, medía 1,72. Me acuerdo de ella cuando caminaba, parecía que se había tragado un bastón", dice representando ella misma la pose erguida de aquella lady radicada en las pampas. "Era mi madrina así que yo era la única que podía entrar al cuarto de vestir de ella. Pero no podía entrar hasta que no la peinara la mucama irlandesa, porque usaba peluca. Porque todas las mujeres Shaw perdían el pelo. Entonces, creo que ella empezó a usar peluca a los cuarenta y pico. La peluca la colgaba la irlandesa sobre una silla. Yo la vi mil veces sin que supiera mi abuela, pero ella no me dejaba entrar hasta que no tuviera la peluca. Usaba cofias para dormir, cofias de encaje con volados".

Lorna tenía siete años cuando su abuela Catalina murió. "Su dormitorio era de la casa Maple, con una especie de tarima de tres escalones y una caja de caoba con tapa, donde estaba la pelela. Estoy hablando de 1890", dice.
"Entre compras y herencias mi abuelo tenía 45.000 hectáreas, desde el río de la Plata hasta Brandsen; desde La Plata hasta lo de Pereyra Iraola. Cuando él muere, mi abuelo le da la administración a su hijo mayor, mi tío Eduardo Jorge Bell".

El tío Eduardo
Don Jorge, además de tener carácter fuerte, "era muy mezquino con los hijos. Los tenía con sueldo de peón. Los mandó a educar a Suiza, pero ganaban igual que un peón" explica Lorna y deja entrever el cambio de vida de sus hijos tras la muerte del estanciero. Su viuda, Catalina Shaw, nombró administrador al mayor de sus herederos, Eduardo Jorge. "Mi tío Eduardo, siendo el administrador, se va de luna de miel a Europa, y volvió con dos Rolls Royce, además de gastar tanto, que la estancia de Los Toldos la tuvieron que vender para pagar las deudas. Entonces mi abuela lo nombra administrador a papá. Pero mi tío se quedó sin nada", se despacha Lorna como si el paso del tiempo no hubiese sido suficiente para limar las asperezas familiares.

Claro que el despilfarro no fue la única trastabillada del joven Eduardo, casado con Cora Bidart Malbrán. "Mi tío empezó con su cuñado Hialmar Aberg Cobo (casado con Mabel Bell, hija de Jorge), a través del Banco de Suecia, con un crédito muy grande que sacaron para hacer City Bell. Mi padre estaba indignado porque decían que tenían que hacer calles y tener luz y después hacer las casas. Estaba el camino General Belgrano, pero lo demás era todo de barro. Pero él hizo las casas sin luz; no había luz eléctrica y las calles eran un barrial. Bueno, les costó mucho vender. Y con los intereses que corrían... Fue un desastre. Lo poco que le quedaba, mi tío lo perdió todo. Tan es así que mi padre le pasaba una renta", rememora Lorna Pamela, como único recuerdo -y no muy feliz, por cierto- de la fundación de nuestra ciudad.

Sin embargo, tiene las mejores palabras para la esposa de Eduardo: "Mi tía, Cora Bidart Malbrán, mujer encantadora, no merecía lo que le pasó. Estaba en el mejor de los momentos, creía que se casaba con un hombre... -claro, que tenía fortuna, pero no para vivir como un loco-...".

La situación trajo una cantidad de roces en la familia con Hialmar Aberg Cobo, "porque fundió a mi tía (Mabel), la dejó en la calle. Fíjese que ella, cuando supo que la había fundido, lo echó de la casa y se peleó con mi padre, porque mi padre no quiso meterse en la cuestión City Bell, y le dijo a mi abuela 'no te metas ahí, porque eso va a andar mal'. Pero claro, mi padre era muy práctico".


Lorna John y Audrey: Los pequeños Bell, junto al aljibe de la estancia.

Vivir en la estancia
"Cuando mi abuelo heredó, fue cuando empezaron a hacer los ferrocarriles (Jorge Bell recibió en herencia la estancia en 1879), y lo que se necesitaba era piedra, como balastro. Descubren que en la estancia hay conchilla y le compran la conchilla a mi abuelo en $2.000.000 de ese tiempo. Cuando le pagan, se va a Maple y se amuebla la casa nueva de la calle Venezuela. Eran muebles de la época: pesados, muy buenos, pero enormes. La mesa del comedor era para veintiséis personas, que fue la que mi padre llevó a la estancia, aunque no cabía armada completa. Las sillas eran tapizadas en cuero bordó, con las iniciales de mi abuelo en oro. Había también tres aparadores", evoca Lorna.

Lorna vivió en lo que quedó de la estancia desde la muerte de su abuela, en octubre de 1926. "Había cumplido 7 años, el 13 de julio -reemarca-. Teníamos una institutriz francesa que era una maravilla, pero cuando llegó, a mi hermano y a mí nos pareció un espanto. Además, mi hermano y yo éramos forajidos, que andábamos a caballo todo el tiempo. Nos íbamos a caballo al arroyo y teníamos que volver cuando oíamos la campana media hora antes del almuerzo. Pero cuando llegó Madmoiselle nos fuimos y nos hicimos los sordos. Y nos mandó a buscar con el capataz. Salíamos a comprar unas galletitas de Terrabusi que se llamaban Canadiense, que eran cubiertas con chocolate, a un almacén que estaba en una esquina antes de llegar a la estación. Hasta ahí nos dejaban ir solos a caballo (N. del A.: Se trataba del almacén de Santiago Urdaniz). Yo tenía 7 años y ella no entendía que yo anduviera sola a caballo".

Y evocando su infancia Lorna recuerda, muy a la distancia, los viajes en barco desde Europa a Buenos Aires. "Los capitanes de barco se guiaban por el monte de los Bell -dice-. Me acuerdo que de chica (porque viajé en barco hasta los 11 años desde Europa hacia acá, cada dos años) el capitán, cuando entrábamos en el Río de la Plata, los llamaba a papá y a mamá y les decía '¿ven? ahí está la estancia'. Seguramente era lo más alto en la época de mi abuelo, cuando no había nada".

Lady Bell
Al cabo de tres horas de reportaje, la charla con Lorna Bell parece que recién comenzara. Ella abordará un micro con destino a Quequén en noventa minutos y no se la ve cansada. Hace apenas un poco más de un día que llegó para atender sus cosas: visitas familiares, reuniones de negocios, actividades culturales... vaya uno a saber. Y se la ve tan fresca. "Es que amo la vida", suelta, a modo de explicación.

En las cintas grabadas habían ido desgastándose las distancias, los acartonamientos, los temores. La Dama de educación inglesa, Lady Bell, había hecho un recorrido por la historia de su familia, por la suya propia, y por la del pueblo que lleva, nada más y nada menos, que su apellido.