Juan Gregorio Forneris llegó a City Bell en 1939, cuando era
un prometedor mocito de 15 años de edad. Se hizo en los trabajos
propios del campo y se desempeñó luego en el oficio de
transporte de cargas.
Forneris atesora como uno de sus más caros recuerdos el relato
que escuchó de su esposa, sobre un suceso que él ubica
como ocurrido un año antes de su llegada a City Bell, o sea a
mediados de 1938. Se trata del aterrizaje de emergencia de un avión
de pasajeros perteneciente a la Pan American Grace, línea aérea
nacida de la sociedad entre la Pan American Airways y la W. R. Grace
& Company, que controlaba el transporte de pasajeros en el Perú.
La Pan American Grace Airways, "Panagra", inició sus
actividades el 2 de marzo de 1929.
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El
fin de los tiempos
"En esa época se corría la voz de que se iba a caer
la luna o el sol y se iba a terminar el mundo. Salen las mujeres también
a mirar, y un peón polaco que tenía mi suegro dijo que
eso era un avión. Cuando de repente se ilumina todo el campo.
Era que el piloto había tirado una bengala".
Es de
imaginar en esa época lo que podía significar una escena
semejante en un paraje como esa zona rural de City Bell. Estaba muy
fresco todavía el recuerdo del accidente aéreo que truncara
la vida de Carlos Gardel -ídolo nacional y popular- y muy posiblemente
ninguna de las personas que asistían al espectáculo de
un avión viniéndose encima, había visto en su vida
un aparato de esos más allá de una foto en los diarios.
Y en algún caso, ni siquiera eso. Con seguridad hubo algo de
pánico ("Se cae la luna, nos vamos a morir", dice Forneris
que gritaban algunas de sus futuras cuñadas, o tal vez su futura
esposa misma) y en medio del nerviosismo, no faltó un resbalón
en el barro producido por la persistente lluvia.
"Hacía
cada vez más ruido -continúa el relato-, hasta que aterrizó
sobre las plantaciones de Mariscotti, cerquita del arroyo. Después
el piloto explicaría que si llegaba a tocar la cola del avión
en el arroyo, se partía en dos".
Eusebio
Carnevale -nieto del primer arrendatario de tierras en City Bell- fue
testigo presencial del acontecimiento con sus 14 años de entonces.
Vivía muy cerca del lugar, a la altura de la calle 28. "Lo
recuerdo perfectamente -dice a este cronista, 66 años después
del hecho-. Era invierno y estaba lloviendo esa noche. En una de esas
sentimos un estruendo; salimos afuera y vimos un resplandor enorme.
Nos fuimos volando, porque no era tan lejos". Y sigue: "Aterrizó,
de la actual calle Alvear, unos doscientos metros hacia el lado del
arroyo. Terminó a no más de cincuenta metros del arroyo".
Testimonio gráfico
El mismo estruendo llamó la atención del policía
a cargo del destacamento que por entonces funcionaba en el camino Belgrano
y Alvear, ya que el servidor publico fue uno de los primeros en llegar
al lugar del hecho. Es posible que no haya habido mucho más que
algunos soles de noche a kerosene para alumbrar y munidos de tales elementos
llegaron en auxilio quienes moraban en las cercanías. Entre ellos
arribó Tobías Büchele (h), autor de las dos fotografías
que se conservan como testimonio de lo que tal vez haya sido el mayor
suceso acaecido en City Bell desde entonces y hasta la actualidad.
El avión se había quedado sin combustible, sobrevolando
la zona a la espera de que le dieran pista en un aeropuerto cercano.
Por la época, podría tratarse del de El Palomar o el de
Monte Grande, ya que ni Ezeiza ni Aeroparque existían por entonces.
"Por la dirección en que iba, seguro que era Monte Grande
-aporta Carnevale-, por las huellas, que estaban apuntando hacia el
Oeste. Si hubiera sido El Palomar, tendrían que haber tenido
otra dirección", reflexiona haciendo gala de una memoria
visual (y general) envidiable.
De inmediato,
de los campos cercanos se arrimaron carros y los pasajeros -todos ilesos-
fueron trasladados en ellos hasta el destacamento policial, desde donde
abordaron un micro de línea para regresar a la capital federal.
"La gente del avión era toda gente bien vestida y con equipaje.
A las mujeres, con vestido largo, los obreros del horno de Zambano las
trasladaban a babucha", dice don Juan.
La imaginación
y el tiempo, que todo lo agrandan, hablan de unas sesenta personas entre
pasaje y tripulación. Sin embargo, por lo que puede observarse
en las fotografías, la aeronave se trataría de un Douglas
DC2, modelos que efectivamente integraba la flota de la Panagra por
aquellos años. El DC2 tenía capacidad para catorce pasajeros
y tres tripulantes (piloto, técnico y azafata) y según
los entendidos comenzó a volar en mayo de 1934.
Forneris
completa la anécdota con una escena risueña: "Al
día siguiente toda la ciudad de La Plata, por lo menos, estaba
acá. Los micros venían repletos y en Alvear pegaban la
vuelta, vacíos. Era todo un acontecimiento".
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Por
los favores recibidos
Se cuenta que dos días después, para alivianar la aeronave
y zafarla del barro sobre el que se había posado, debieron quitarle
los asientos y la reabastecieron de combustible. "Al día
siguiente, o dos días después, cuando hubo secado un poco
el barro -recuerda Carnevale- la tiraron con tractores hasta el fondo
del potrero. Me acuerdo que el piloto puso a toda máquina y carreteó
por Alvear (era el acceso a la estancia El Ombú) y alcanzó
a levantar vuelo unos cien metros antes del Camino General Belgrano".
En gratitud,
"el piloto le dio a Zambano y a mi suegro una tarjeta de la Panagra
y les dijo que llamaran a ese teléfono, que cuando ellos quisieran
la empresa los llevaba gratis a Italia y los traía", completa
Forneris. Pero una de las hijas de Mercuri puso el grito en el cielo.
"Si ese avión se cayó acá, también
se puede caer en cualquier parte", dicen que dijo.
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