Legado
El abrazo de siempre

Esa página que tanto cuesta escribir.


Había que escribirlo alguna vez. No pasaron dos meses y sin embargo, a veces parece tan lejano. En las redacciones periodísticas, en una suerte de juego macabro, sus integrantes suelen prometerse mutuamente escribirse las respectivas necrológicas cuando llegue "ese" momento.
Y aunque aquí no hay redacción de por medio, Marcelo Filipo llevaba un periodista en el alma, ejercía el oficio -que había aprendido- en las cosas cotidianas, en sus hobbies, aún cuando no escribió para ningún medio, cuando no tuvo ni cámaras ni micrófonos a su alcance. Tal vez por eso fue que en la mediamañana de un sábado, encendió su radio y se recostó un rato. Cerró los ojos y pensó en la vida; en Gabriela, en Francisco, en Agustina.

"Algo le pasó a Marcelo", nos dijeron a través del teléfono, y en esas cinco palabras supimos que estaba todo dicho. Comprendimos que no había retorno. Que nuestro amigo acababa de poner el punto final a la última crónica de su vida, que acababa de apagar su equipo de radio y dejado libre su frecuencia, que cesaba de transmitir. Había llegado "ese" momento, inoportuno e inesperado.
Por última vez habían sonado los Beatles para él al tiempo que el pelotazo final era gol en cualquier arco rival de Estudiantes.


O tal vez sea al revés. Tal vez se haya quedado para siempre presente en todo y en todos. Ahora serán risueños recuerdos aquellos rasgos de humanidad imperfecta que cualquiera pudo haberle reprochado (porque no caeremos en la costumbre de creer perfecta a una persona por el hecho mismo de su muerte). Hoy multiplican su cuantía los muchos más rasgos de virtud que supo esparcir con disimulo. Se le hizo la hora de vivir en los suyos.
Por eso dejamos por acá. Para no caer en grandilocuencias, en pergaminos que él mismo esquivaba no por no merecerlos, sino por la simpleza de su ser.
Vaya, entonces, el abrazo de siempre.