El
Negro, un amigo
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El 19 de julio
de 2007, volvíamos del trabajo pensando en escribirle a cada
uno de los "Pobre Negro, ¿justo hoy? ¿Y mañana? Mañana, que es el día del Amigo, ¿nos vamos a poder reír citando alguna de sus célebres frases, parafraseando alguno de sus chistes, citando a Inodoro, a Mendieta, a Boguie?", fue nuestro primer e impulsivo pensamiento. El 20 de julio, es día con gomías. Costumbre añeja ciudadana, la reunión de café es ese día más sagrada que nunca. Y el Negro, Roberto Fontanarrosa, fue uno de sus más grandes cultores. "La mesa de los galanes", que pasó del papel impreso al escenario teatral es, quizás, la expresión más conocida de su larga colección de cuentos cuya acción se sitúa en torno a la mesa de un café -inmortalizó El Cairo, de su querida Rosario- en la que se debate una diversidad de temas y situaciones. Desde los más profundos a los más banales. En Rosario, como en Buenos Aires pero con su frescura de provincia, la amistad de boliche se respira en cada esquina. Y quién sabe si es por eso o por los aires del Paraná, en sus cafés se han gestado Señores de nuestra cultura. De la popular y de la otra. Hacía entonces un par de años que habíamos leído un reportaje que le hicieron a Fontanarrosa. No hablaba de su enfermedad -que hasta ese momento no era vox populi-, pero contaba que había tenido que mudarse a otro departamento más cómodo, sin escaleras y, eso sí, era condición sine qua non que tuviera en la esquina más cercana un café para reunirse con los amigos. Es que en estos tiempos "muy contemporáneos" el Negro hacía, de la amistad, un culto. Y ese amigo al que no conocimos, al que sólo leímos y escuchamos, pero que nos brindó por entero su filosofía a través del humor encarnado en sus personajes, ese que hizo que esperáramos el Clarín de los domingos para leerlo en la revista, nos dejó sin aliento esa noche cuando nos sorprendió la noticia que, a decir verdad, no debía de sorprendernos a sabiendas de que su mal acabaría con su cuerpo. Pero no con su espíritu. |
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Seguirán circulando correos electrónicos con sus palabras en el Congreso de la Lengua; nos seguiremos riendo con el gaucho y su perro o con el aceitoso y su sarcasmo. Nos seguiremos preguntando con él por qué un cuis arriesga la vida al cruzar una ruta. Y por sobre todo, seguiremos sintiéndonos uno más entorno a esa mesa de café y de la charla que relata en muchos de sus cuentos. Porque ese, quizás, resultó ser el ingrediente secreto: como en esas ruedas de amigos en las que se integra a cualquiera que se arrime aún sin conocerlo, el Negro hace que sus lectores nos sintamos un personaje más del cuento, un amigo más. |
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