Legado
Que treinta años
no es nada...


Tan jóvenes como antes, compañeros del Colegio Estrada
se reencontraron tres décadas después de recibirse.


Son lindos los reencuentros. Por lo menos cuando se trata de gente querida, de antiguos pero jóvenes compañeros de colegio secundario.

Como el 2008 pasó sin pena ni gloria para la promoción '78 del Bachillerato en Letras del Colegio Estrada de City Bell, a alguien se le ocurrió que era una buena excusa empezar el 2009 reencontrándose después de un poquito más de treinta años de egresados. Fueron la promoción del año del Mundial de Fútbol, aquél tan manchado de patrioterismo y política a una vez.

Estamos iguales

Veintisiete cantaron "presente" la noche del 14 de marzo en la esquina de Cantilo y 19. Un número a todas luces bueno, teniendo en cuenta que el total de egresados superaba por muy poquito la treintena.

"Estás igual", fue algo de lo que más se oyó en los primeros instantes del encuentro. "Sí, igual al que era antes, pero con treinta kilos más, un montón de canas, menos pelo y más colesterol", fue la respuesta de este escriba.
Es que la emoción por volver a ver a mucha gente después de profusos almanaques parece provocar ciertas mutaciones en el aspecto de muchos: cabellos emblanquecidos unos, con sus tonos alterados otros; inescrutables pliegues en la piel en algunos, ensanchamiento de la frente en otros; y una curiosidad casi generalizada: ese empeño por ponerse anteojos en lugar de exigir que todo se escriba con letra más grande.

"Lo mío no es presbicia sino brazos cortos", dijo Gabriel Lamanna dando muestras de conservar su viejo buen humor además de su pasión por Boca.
En verdad, allá por el '98 ya se habían juntado, pero eran menos que en esta ocasión y, como los buenos vinos, el afecto se enriquece con el paso del tiempo.

Has recorrido un largo camino

No acudiremos a María Elena Walsh para decir que la gente llegaba en aviones, en bicicleta y en camiones, pero sí acotemos que hubo quien vino de lejos: Daniel Bordenave arribó desde Santa Teresita, María Eugenia Barone desde Mar del Plata, César Buschittari desde Gualeguaychú, y el Gallego Carlos Gutiérrez desde Cutral-Có. Por los demás, capital federal, La Plata, Villa Elisa, Gonnet o City Bell no constituyen mayor mérito para estar en la reunión.

Solteros, casados, separados, reincidentes y... hubo estados civiles para todos los gustos, lo mismo que profesiones y ocupaciones: ingenieros, docentes, periodistas, contadores, abogados, escribanos, matemáticos, veterinarios, martilleros, gente del campo, comerciantes, amas de casa, arquitectos, artistas, deportistas, licenciados... Padres y madres de familia, por sobre todo -por no decir señoras y señores adultos-, que se juntaron a ejercitar las neuronas para remover recuerdos, evocar anécdotas, personajes, momentos de ese segmento de sus vidas que compartieron entre 1974 y 1978. Y comprobar, al decir de Laura Bravo, que a pesar del tiempo y la distancia siguen siendo un grupo unido, un lindo grupo, con muchas cosas en común, buena onda y, agregamos nosotros, una cierta fidelidad en la historia.

Pasando lista

La hojita que pasó de mano en mano para que cada uno anote sus números telefónicos y dirección de correo electrónico da cuenta de que estuvieron presentes María Eugenia Barone, Daniel Bordenave, Laura Bravo, Tamara Burdisso, César Buschittari, Gabriel Cáffaro, Gabriela Campoamor, Daniel Cantón, Fernando Cereceda, Claudio Ciccarella, Guillermo Defranco, Victoria Gamboa, Fernando Grau, Carlos y Néstor Gutiérrez, Gabriel Lamanna, Oscar Lozano, Santiago Magliano, Guillermo Martino, Gogui Merlo, Goyo Mori, Ramiro Oleastro, Sergio Pietrángeli, Florencia Plot, Elena Saccone, Eduardo Sleet, Marisa Spínola y Cecilia von Reichenbach.

Se los extrañó a Carolina Campoamor, Marta Herrera, Calo Longoni, Tomás
Masselli, Oscar Lozano, Griselda Robles, Graciela Rosales... (¿alguien
más?).

Por supuesto que no faltó el recuerdo de los que fueron quedando en el camino del bachillerato dejando en algunos casos una huella imborrable en el anecdotario y, en otros, apenas un borroso recuerdo de su nombre y apellido. Y ni hablar de los docentes y preceptores, con sus tics, sus caracteres, sus obsesiones.

La nota final

A la hora del balance, nadie piensa en ponerle un aplazo a esa noche tan anhelada. En muy pocas semanas se logró reunir a un puñado de gente un tanto dispersa. A diferencia de en los años evocados, Internet y el correo electrónico fueron una gran ayuda y podemos decir, contra muchas voces agoreras, que hemos comprobado su utilidad y efectividad como medios de comunicación, aún cuando a la hora de localizar a alguien Santiago haya deslizado, con mucha razón, "no se olviden de la guía telefónica".

Uno tiene la sensación de que este reencuentro no se quedó en una mera evocación nostálgica de lo que fuimos y vivimos, sino que estuvo embebido por la dicha de volver a ver a gente querida, de estrecharse en un abrazo, de leer en la mirada del otro el camino recorrido y las ganas de seguir caminando sabiéndose aún unidos por el fervor de hace tres décadas.

Eso es lo que sucede cuando se sabe mirar hacia atrás, cuando se valora lo que se vivió y lo que se vive, cuando se pondera al prójimo nutriéndose de él y se le entrega al otro lo que uno tiene de sí.

En la madrugada del domingo -cambio de hora mediante- con el corazón henchido e impecable como un guardapolvo en día lunes, cada uno desanduvo su camino y empezó a imaginarse el próximo encuentro.