La
valija de mi padre | ||||
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Cuando en septiembre del '97 mi padre y su socio decidieron jubilarse, cerraron una etapa de sus vidas que había comenzado en su juventud, si no en su adolescencia. Dependientes ambos en el mismo taller mecánico con despacho de combustibles, en los inicios de la década del '50 decidieron independizarse: pusieron su tallercito propio en galpón alquilado y, algunos años después, entre hipotecas y sudor, construyeron la estación de servicios con su taller anexo. Taller con sótano grande, que no es poco. A Humberto -mi padre- lo imagino en aquellos tiempos de aquí para allá con su caja para herramientas de chapa, de tapa abovedada, con un candadito prendido en la manija y del que posiblemente no tuviera la llave. Recuerdo haber visto esa valija pintada de color gris, luego verde y finalmente, azul. Cada tanto había que someterla a una sesión de maza y soldadura autógena para suturarle las heridas de batalla: la pisada de alguna rueda, algún martillazo descontrolado, el socavón de herramientas de acero arrojadas en su interior en el fragor laboral. De alguna manera, esa valija encerraba para mí el más de medio siglo de trabajo de mi padre. La última noticia que había tenido de ella estaba en una de las fotografías que tomé horas antes de que se concretara la venta del taller: en un ángulo de una de ellas, junto a un cartel que reza "cambio de firma", se ve un extremo de la caja abierta, con herramientas apoyadas en el borde, como quien las deja para continuar trabajando en un momento que ya no será. Adiós
a las armas | ||||
En aquellos tiempos de su retiro laboral, me presentaron a un señor de apellido Rodríguez quien, al enterarse de que yo era hijo del mecánico, recordó que en el año 1954 mi padre le había rectificado el motor de su camión Chevrolet. "Era muy joven, y recuerdo que era el primer motor que 'hacían' en el taller recién instalado. El camión anduvo mejor que nuevo", me dijo. Para ese trabajo -qué duda me cabe- mi padre ha de haber utilizado las herramientas que guardaba en la valija que yo tanto busqué luego. | ||||
Reencuentro
de catacumba Fui reconociendo muebles, estanterías, herramientas, piezas en desuso, el compresor resoplón que tantos sustos me daba cada vez que arrancaba en los tiempos en que funcionaba en la oficina donde también yo trabajé. Nada por aquí, nada por allá, y cuando ya estaba comprendiendo que nada quedaba por hacer, la veo, debajo del último estante del depósito del primer piso. Era un aleph borgeano: los años de trabajo de mi padre pasaron por mi mente y por ese rincón todos juntos. La acaricié por dentro y por fuera. Reconocí sus abollones, las picaduras en su chapa, el óxido oculto todavía debajo de la grasa, a pesar del tiempo transcurrido. -Llevala, es tuya- me dijo el flaco, que no lo conoció a Humberto pero sí entendió que esa caja de herramientas vieja y vacía no es parte de su negocio. Que representa una época que es historia. Qué cosa esta de los objetos y su historia. De la historia y los objetos. Qué cosa esta del trabajo honesto como regla de vida, de la vida tomada como un trabajo. Cuántas cosas que hay dentro de esa valija, que muchos creen que está vacía. | ||||