El
hijo del viento
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Se cuenta de un hombre que se paró sobre la muralla china cernido de un arnés de seda y bambú para demostrar que podía volar. El emperador ordenó que lo ejecutaran y decretó que el volar era mortal para los hombres. Claro, el imperio no había invertido tantos años de trabajo para que un solo hombre burlara tamaña obra con un par de cañas y unos pocos metros de tela. |
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Quien esto dice es Mario Carballal, y su caso resulta bastante especial se lo mire por donde se lo mire. No es filósofo, no es psicólogo, no es pedagogo. Tampoco desarrolla una actividad habitual en el escenario de la vida moderna. Uno puede verlo a diario disfrutar del aire y el viento junto a la llamada "curva de la muerte" -en el límite entre City Bell y Villa Elisa- remontando barriletes como si nunca hubiera crecido y fuera aún un chiquillo de diez años. Es que Carballal, de la mano de la vida, se ha convertido en barriletero y pasa sus días combinando bambú, hilo y papel para exponerlos luego al aire aferrándolos como Mary Poppins a su paraguas. |
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Fábrica
de ideales Sin embargo, las marionetas del aire que fabrica son mucho más que eso. A menudo son el vehículo en el que muchos adultos logran transportarse a su infancia. A veces, consisten en el nexo necesario para que un padre y su hijo comiencen a comunicarse. O que un niño descubra sus habilidades y hasta el valor de la amistad. Mario ha sido testigo de más de un episodio que así lo confirma. Como aquel señor de traje y gesto severo que solicitó un barrilete para su hijo y acabó sentado sobre el pasto remontando el juguete junto a su hijo y enjugándose las lágrimas que vaya uno a saber qué historias ocultaban. "Cuando el tipo se bajó del auto aparentaba ser el gerente general de una empresa. Cuando se fue, era lo más parecido a un ser humano", arriesga este artesano que, dicho sin metáforas, vive del viento. Distinto fue otro caso relatado por Carballal. Ocurría que una vez a la semana, un nene se le acercaba mientras su mamá jugaba al paddle en una cancha cercana. Un buen día, la señora le pidió al barriletero si mientras ella practicaba el deporte, el niño podía quedarse con él. La historia terminó en que el pequeño no sólo había descubierto que con sus manos podía hacer cosas muy interesantes, sino que hasta había mejorado la relación con sus padres. "Esas son las cosas que hacen que cuando llega el final del día, decís 'por este año ya estoy bien'". Pedagogía
del barrilete Elizabeth y Mario no se contentan con fabricar y vender. "Les enseñamos a construir barriletes a los chicos que se acercan al puesto", señala y agrega que no son pocos los padres que también van a pedir ayuda. "Entre los ocho y los trece años es el punto de acercamiento entre ambos, supongo, porque esa es la edad que rondan los pibes que vienen". Todo lo que entusiasme a un chico a esa edad, afirma, les queda grabado. "El adulto que hace avioncitos es porque ya no puede volar como le gustaría; en cambio, el chico que remonta un barrilete, todavía tiene todo por delante", redondea con una psicología que va más allá de su primaria aprobada. Y concluye: "Los años de por sí no te dan la sabiduría. Si alguien fue chico y tonto, va a ser un grande tonto". Libertad
que hace libres Para ejercer esa libertad cuenta con la caña bambú, una caña liviana, flexible y resistente que le traen de Corrientes, ya que no es fácil de conseguir en esta zona. Mientras habla no deja sus manos quietas, cuyos dedos con asombrosa maestría, juegan con una decena de palillos de esa caña formando figuras perfectamente simétricas a las que va cambiando de manera permanente. Si bien dice ganar poco con su trabajo, no se queja porque su estándar de vida no es de gastar demasiado. "Cuando hacés lo que te gusta, aunque ganes poquito te sirve, porque lo que no ganás en plata lo ganás en darte cuenta que estás viviendo en cada inspiración. Hay gente que llegó el fin del día y ni se dio cuenta que salió el sol, ni que era la tarde, ni siquiera que estaba cansado". Este modo de ver las cosas hace que Carballal destine tiempo para ir a las escuelas más humildes de la zona a enseñarles a los alumnos a hacer barriletes. Mano
alfarera Como si algo faltara para definirse, Carballal dice que con sus manos se las arreglaría siempre para darle de comer a su familia. Y citando a un escritor alemán, señala que "la familia debe caberte en una mano, porque la otra la necesitás para darles de comer". |
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