Legado
Con Juan Carlos Alba Posse
murió el padre, el amigo, el hermano


El querido "Juancarlitos" está, seguro, en el lugar por el que siempre luchó.


"Murió Juan Alba Posse", nos dijeron por el teléfono en la mañana lluviosa del 28 de febrero, y de repente se borró la distancia entre City Bell y Miramar, la ciudad donde nuestro amigo y hermano había recalado hace unos pocos años.

Idealista por vocación
A Juan lo conocimos hace más de treinta años, entre clases de física o matemática y aventuras apostólicas; cuando nosotros, desde nuestro sentir de adolescentes creíamos que el mundo era nuestro y él se comenzaba a plantear que la agrimensura no era lo suyo, que más valían magisterio y filosofía.

La más grande de las pavas no habría alcanzado para toda una tertulia de aquellas en que mate en mano y a puro cielo estrellado, discutíamos sobre nuestro compromiso social, nuestro deber en el mundo y nuestro papel en la Historia.

Era por los setentilargos (¿'77? ¿'78?), cuando a "Juancarlitos" (había que diferenciarlo de su homónimo papá profesor), en medio de una reunión del grupo de apostolado que dirigía, lo vimos con gesto extraño, con cara de "¿lo digo?" y en ese instante le tomamos una foto. Y como si el fogonazo del flash le hubiese dado fuerzas, nos despachó la noticia: "Quiero ser sacerdote; voy a entrar al seminario". La noticia era, en todo caso, lo que muchos intuíamos que acabaría sucediendo, más aún cuando bajo las estrellas habíamos sido confidentes interlocutores en una conversación sobre ese tema.

Supimos en ese instante que en City Bell nos había nacido un padre, y no dicho en el sentido eclesiástico, sino en toda la dimensión de la palabra: un Padre.


Conquistador de utopías

Paradojas de la vida, la miopía de sus ojos hizo más aguda la visión de su alma, esa con la que escudriñaba al prójimo, con la que era capaz de descubrir el problema de fondo en tal o cual comunidad, en éste o aquél barrio.

Juan Carlos tenía una presencia convocante adonde estuviera. Peleó palmo a palmo con los pastores evangelistas el barrio Santa Ana, donde llegó a fundar una "escuelita volante", simiente de un gran proyecto de promoción social cuya concreción siempre tuvo en mente.

El barrio El Ombú y el Güemes fueron, también, tierra fértil para su idealismo puro y cristalino, para su labor sin pausa. Revolucionario, soñador, emprendedor, conquistador de utopías, le puso el pecho a la adversidad aún cuando se tratara de la prepotencia impune. Así dio vida a la "cocina abierta" (en reemplazo de las ollas populares), las granjas, las casas para chicos de la calle.


Juan Carlos y el anuncio
de su vocación.

Sacerdote viril
Ya consagrado, fue su mano pródiga en bendecir, en administrar sacramentos; fue la mano paterna que acariciaba cabezas para tranquilizar las almas. Generoso, desprendido, de sus bolsillos ralos salía siempre un "algo" para obsequiar al otro. Y de su corazón, la fortaleza y la humildad para devanar los conflictos con su pastor diocesano.

-Juan, ¿qué pensás del celibato? -le preguntamos cierta vez.
-Estoy en contra. Pero si se aboliera, yo no me casaría, porque abracé la vocación sacerdotal junto al celibato.
-¿O sea que no te casarías?...
-…O sí, pero dejaría de ser sacerdote.

No recordamos cuánto pasó entre esa conversación y la tarde en que, siendo párroco en Los Hornos, nos soltó la confidencia de que una mujer se había cruzado en su vida. "Tomá distancia y que el tiempo hable", le aconsejamos desde nuestro humilde sentido común. Dos años después, en lo que fue su última celebración pública, nos dijo que Dios le había sido muy claro a lo largo del tiempo: dejaba el sacerdocio para formar una pareja. "Más allá de que sea pecado -explicó- no puedo ser hipócrita y que la gente me vea sólo como un sacerdote cuando yo en realidad quiero ser esposo de la mujer que amo".

Vuelto a su condición de laico y dispensado de sus obligaciones pastorales y sacerdotales, Juan Carlos siguió como siempre -ahora junto a su esposa Mónica- con sus tareas apostólicas: el trabajo por la institución familiar, por los marginados, los necesitados, los chicos. "Parece mentira, pero sacerdotalmente me siento más fuerte que nunca", confió.

Nos vimos poco en los últimos años, pero como esas amistades (fraternidades) que se fortalecen en el tiempo y la distancia, lo palpitamos siempre cercano, rememorando conversaciones de los tiempos idos que siguen siendo una guía en nuestra vida de hoy. Porque nos cuesta olvidar aquellas cuatro palabras: "Murió Juan Alba Posse".


Bosquejo para un retrato

Cómo es el amor
Juan Carlos acababa de ser ordenado sacerdote y destinado como teniente cura en La Plata. Un imprevisto hizo que el titular de la parroquia no estuviera a la hora de un casamiento que estaba debidamente programado, y la responsabilidad de celebrarlo recayó entonces en el nuevo padre Juan.
"No había preparado nada para decirle a los novios. Así que improvisé. Cuando quise acordar, estaba diciendo que el amor es ciego. ¡Pero resulta que la novia era una gorda impresionante, y el novio un flaco feísimo!".

Lugar para vivir
En uno de los tantos casamientos de amigos que celebró, Juan hablaba de la vida y del amor, sus temas predilectos. De repente se interrumpió y comenzó a sonreír. Entonces explicó: "Qué cosa: yo les estoy hablando de la vida, y ustedes se van a vivir enfrente de una funeraria"...

Al filo de la generosidad
Siendo seminarista, Juan Carlos dedicaba los fines de semana a sus tareas apostólicas en el barrio Santa Ana. De camino hacia allí pasó a visitar a una familia amiga, quienes le obsequiaron una enorme cantidad de hojitas de afeitar, remanentes de un kiosco que habían cerrado. Pensaron que a los seminaristas les vendrían muy bien.
Alba Posse, agradecido, partió con ellas hacia el barrio, donde comenzó a visitar varios hogares. En uno de ellos, antes de proseguir, quiso obsequiar a la señora de la casa con algo. Y no dudó en darle lo único que tenía: "Tomá. ¿Vos usás de esto?", le dijo, mientras le alargaba la mano llena de hojitas de afeitar...

Nos estamos viendo
Al diácono Alba Posse le faltaba poco para convertirse en sacerdote, y aún vivía en el seminario de La Plata. En una visita que le hicimos, luego de conversar largo rato en el locutorio, nos despidió con un abrazo al tiempo que nos decía en el oído: "Esperame con el auto en la puerta de la capilla". Así lo hicimos: Juan tenía turno con el oculista y no había conseguido de sus superiores el permiso para salir.

Monaguillo expulsado
Siendo chico, Juan Carlos era monaguillo de su parroquia. Y además, revoltón, como todo chico.
En una oportunidad rompió una de las vinajeras utilizadas para el agua y el vino de la misa, y el padre Blas Marsicano lo echó de la parroquia. Seguramente no le auguró un destino de pastor.

Especial
En una época Juan ejercía su pastoral en Villa Garibaldi, en la capilla San Pedro, construida antes de la fundación de La Plata, según la tradición. Un sábado tenía que hacer un bautismo y -cuándo no- había olvidado su bolso con su breviario y el ritual para los sacramentos. Éstos, dice el canon de la Iglesia, deben ser leídos aunque el sacerdote los recuerde de memoria.
La solución resultó muy ocurrente: "Vamos a hacer un bautismo muy especial -explicó sin revelar lo sucedido-. En lugar de seguir lo que dice el librito del ritual, lo vamos a ir explicando parte por parte, sin pasar por alto ninguna, para que además de santificante para el recién nacido, sea didáctico para todos los que participamos de él". Y fue el mejor bautismo al que hayamos asistido

Vocación

Ya casado con su esposa luego de dejar los hábitos, nos llama para que le ayudemos a mudarse de La Plata a City Bell. En medio de las tareas de embalaje y traslado, Mónica le daba algunas indicaciones que, en un momento, casi colman la paciencia el esposo.
"Juan -le dijimos-, lo que voy a decirte lo vas a entender vos más que nadie: el matrimonio es un sacerdocio. Así que obedecé".