Alargando una mano |
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En el fondo, los mortales nos aferramos cada uno a nuestro gran anhelo personal y cuando avizoramos que el calendario está llegando a su fin, nos empezamos a alterar sin saber muy bien por qué. Por un lado, nos agarra la desesperación por lo no conseguido, por el tiempo que nos faltó y las ganas que se nos escurrieron. Por el otro, nos renace de lo más profundo de nuestra condición humana las ganas de querer hasta al más intolerable compañero de trabajo, de oficina, de cola en el banco. Diciembre, tenemos la sensación, nos vuelve un poco más buenos, al menos por unas semanas al año. Quien
tiene un cachito así de fe sabe que la Navidad es algo más
lindo que comprar regalos y planificar la comilona. Sabe que más
allá de las Instituciones y los ritos, la Navidad es la Natividad
de Dios. Y si cada nacimiento en nuestro entorno nos recuerda que alguna
vez fuimos también pequeños, casi, casi, este tiempo que
vivimos nos invita a empezar de nuevo en ese intento por ayudar a construir
una sociedad distinta. Desde el compromiso familiar, político
o social. Pero tomando un envión tan poderoso que no nos frene
ni siquiera la más espesa y turbia de las realidades y, ya que
estamos, alargándole una mano a alguno que la necesite. |
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